Autobiografía | Roberto Patrón Zepeda - 3
Autobiografía
Roberto Patrón Zepeda
Última actualización: Septiembre 21, 2014 - 9:36 p.m.*
José Raúl Tovar, por su parte, en casi todas las ocasiones en que contra mí cometió injusticias en mi presencia, y al hablar respecto a injusticias en general, mostró esa misma naturalidad; en una de esas ocasiones, al estar los dos platicando en el comedor respecto a la muerte de personas por negligencias médicas, me comentó en tono satisfecho y sin dejar de masticar como si estuviera hablando de algo cotidiano: "en donde trabajo, si alguien comete una burrada de esas, el hospital se pone de parte de él y no le pasa nada". Se refería al Hospital General de la ciudad de México.
Ese mismo día, al no poder pagar la "renta" de la celda, fue cuando el custodio encargado en turno me dio el golpe en la pierna, del que antes hablé. En la noche, el segundo de los jefes de la celda, al ver que los tenis que yo traía puestos estaban muy rotos, me dijo que los echara a la basura; de entre las cosas que él tenía, sacó otros tenis en mejor estado y me dijo que los lavara para ponérmelos; sacó también unas chanclas suyas y me dijo que las usara mientras se secaban los tenis. Acepté agradecido e hice todo eso. Un rato después, varios de los presos de esa celda obligaron a otros a golpear al muchacho que había sido atacado en la mañana. En la mañana del día siguiente, mientras estaba formado en la fila para el desayuno, dos de los internos de la celda en que yo estaba, al verme me preguntaron asombrados por qué me había puesto las chanclas del jefe, y me aseguraron que él se enojaría. Les dije que me las había puesto porque él me las había prestado. Cuando regresé a la celda, encontré que dichos internos me habían acusado de haberme puesto esas chanclas y que el jefe no reconocía habérmelas prestado. Ante los dos acusadores, me preguntó por qué me las había puesto. Le recordé que él me las había prestado, pero lo negó. Insistí, pero él siguió negándolo. Enseguida me dijo que si quería irme de esa celda podía hacerlo. Entonces dejé las chanclas junto a su cama, recogí mis tenis de la basura y me fui de allí. Cuando había caminado unos 20 metros, los dos muchachos que me habían acusado me alcanzaron, me agarraron de los brazos y me dijeron que el jefe quería hablar conmigo. Acepté diciéndoles que podíamos hablar después, por ejemplo en el patio. Pero insistieron en que debía ser en ese momento y comenzaron a jalonearme. Tratando de evitar que llegaran a la violencia, acepté ir a la celda. Al llegar, me empujaron hacia el fondo, y el jefe se puso entre mí y la puerta; levantó la colchoneta de la litera en que él dormía y de abajo sacó un tubo de fierro, como de un metro de largo; lo tomó como si fuera un bate de béisbol y me dijo que me pusiera de lado (obviamente, para golpearme en la espalda). Le supliqué alrededor de 30 veces de distintas formas que no me golpeara, y su respuesta cada vez fue "¡voltéate!". Había como doce reclusos alrededor, y como ocho muy cerca de mí. De repente, por detrás alguien me echó encima una cobija. Me golpearon, entre muchos, con una furia incomparablemente mayor que en la "bienvenida", y sobre todo en la cabeza. Uno de los golpes que me dieron en la parte superior de la cabeza fue tan fuerte, que repercutió causándome al instante un dolor muy fuerte en un ojo; en ese momento comencé a gritar; segundos después, el primero de los jefes de la celda dijo "déjenlo ir", y salí de allí, caminando con dificultad. (Desde entonces y hasta la fecha, siempre he estado por completo convencido de que no hubo en realidad ningún malentendido, en ningún momento, entre quien me prestó las chanclas y yo, sino que él se sintió presionado a actuar de esa manera debido a que, casi seguramente, si se hubiera mostrado indulgente los dos muchachos que —al parecer por envidia— tan absurdamente me acusaron le hubieran perdido el respeto y se hubieran vuelto contra él, porque ya un día antes él había mostrado un gesto de bondad y el volverlo a hacer al día siguiente seguramente habría sido visto por otros de allí como una prueba de debilidad —e incluso tal vez de homosexualidad— en él, que debía ser duramente castigada, y que es una de las cualidades más peligrosas para sí mismo que cualquiera pueda mostrar allí.) Al llegar al final del pasillo, casualmente un estafeta me estaba buscando para ir a que me hicieran lo que llaman un "estudio pedagógico". La persona que me entrevistó, al notarme un morete en el ojo izquierdo y en muy mal estado, me preguntó qué me sucedía; le platiqué brevemente lo ocurrido, y me preguntó si quería denunciarlo a Derechos Humanos. En la oficina de Derechos Humanos del reclusorio, mientras esperaba la llegada de la persona encargada de recibir denuncias, un empleado de esa oficina que platicaba con otra persona dijo en tono quejumbroso, sin ironía, con sinceridad, el siguiente absurdo: "En México no debería haber Derechos Humanos. No estamos preparados para eso." Puse la denuncia, por escrito. Enseguida, el comandante del reclusorio me pidió identificar físicamente a los que me golpearon, en presencia de ellos, y señalé solamente a cuatro, entre ellos "el Gordo" y los dos muchachos que falsamente me acusaron. El "Gordo" dijo que me habían golpeado por haber robado (ninguno negó haberme golpeado porque, debido a un morete grande que tenía yo en el ojo izquierdo, era evidente sí había ocurrido), y el comandante le dijo "tú sabes muy bien que los recién llegados no roban"; y los enviaron a una celda de castigo (o cuando menos eso se me dijo que iba a hacerse). Al mismo tiempo, a mí me enviaron a un lugar llamado "zona de protección". Al dirigirme a ese lugar, un custodio me dijo que de nada iba a servirme ese cambio, porque, añadió, los agresores iban a agarrarme cuando saliera de esa zona a comprar o a hablar por teléfono, lugares a los que tenían acceso al mismo tiempo todos los demás reclusos de COC. Luego un custodio me dejó en un pasillo de la "zona de protección" por muchas horas sin asignarme a ninguna celda. En cuanto fui metido a ese pasillo, me rodearon contra la pared seis reclusos y estuvieron como media hora tratando con jaloneos y amenazas de robarme lo que pudiera traer en las bolsas del pantalón y en una bolsa de plástico en que llevaba algo de ropa y algunas otras pequeñas cosas de poco valor. Poco a poco se fueron yendo al ver que yo no cedía; pero uno de ellos continuó insistiendo como media hora más, hasta que también se fue, cansado de ver que seguía yo sin ceder. Después, otro de los reclusos me dijo que uno de los más grandes problemas de la zona de protección era que la mayoría de los que allí estaban eran "rateros", que eran enviados allí por haber sido golpeados por haber robado a otros reclusos. Dentro de esa zona, me encontré con un recluso, llamado Bryan Adrián Díaz Ávila, de unos 22 años de edad, de una familia acomodada según él me platicaba y a juzgar por lo que vestía, que en la sección de Ingreso me había tratado muy bien y con quien había iniciado una relación amistosa. Después, él había sido asignado a la celda que estaba inmediatamente después de la entrada en esta zona. En la noche, un custodio me llevó hasta la última celda de esa zona y preguntó a "la mamá" de allí, a quien llamaban "Gonzo", un muchacho de unos treinta y tantos años de edad, alto y muy robusto, si podía dejarme allí. "Gonzo" me miró unos segundos, y dijo "donde caben 33 caben 34". Allí noté que uno de los peores problemas de esa zona era que había un hacinamiento muchísimo mayor que en las celdas de fuera de allí, pues esas celdas en realidad eran como para no más de 10 presos cada una y había en cada una de ellas alrededor de 30 reclusos. "Gonzo" y como otras siete de las personas de esa celda, entre ellos un médico y otra persona de Sinaloa, me trataron bien; uno de ellos incluso me regaló algo de ropa, enseguida de que otro de ellos, a quien llamaban "tío Meme" dándome un golpe muy fuerte en la cabeza con el puño me quitó la bolsa que llevaba y la arrojó por la ventana diciendo que no podían arriesgarse a que los demás se contagiaran de piojos. Los dos reclusos que habían llegado a esa celda inmediatamente antes que yo, estaban casi todo el tiempo maltratándome física y verbalmente, y procurando que yo hiciera todo el trabajo de limpieza que la mamá nos había asignado a los tres. Y otro de ellos, que tenía una relación muy cercana con "Gonzo" me agredía físicamente y me amenazaba casi cada vez que me veía. Al día siguiente, Bryan me preguntó en que celda había yo quedado, y cuando le dije me respondió "¡te rayaste!" (como diciendo "te fue bien"), comentándome luego que esa era la celda de "los ricos". A través de la reja entre la "zona de protección" y su exterior, vi al muchacho que fue metido junto conmigo a la celda en COC en que fui golpeado, y, con ojos asombrados, me preguntó "¿no te rompieron una costilla?" Uno de los más serios problemas para muchos de los que estábamos en esa celda de la "zona de protección", era que todos los que no dormíamos allí en cama, sino en el suelo, teníamos que estar casi toda la noche fuera de la celda, en el pasillo, sentados sobre cubetas o parados y despiertos todo ese tiempo, porque durante casi toda la noche, como hasta las 4 de la mañana, los reclusos de alta jerarquía y con dinero estaban jugando a la baraja o dominó y escuchando música a volumen alto o viendo televisión; los de la más baja jerarquía (los del más reciente ingreso y menos dinero o sin él), teníamos que despertarnos y levantarnos muy temprano para ir por la comida y asear la celda, de modo que dormíamos solamente un rato cada día. Ese día, uno de mis hermanos, César ("Pepe"), sin saber que me habían golpeado, llegó a esa ciudad y me visitó en el reclusorio, casi sin saludarme al verme, pese al muy notorio morete que tenía yo en un ojo. Platicamos unos minutos; me dejó allí algunas cosas; entre ellas, principalmente, un pantalón, una camisa, unas chanclas, una cobija, algo de comida y $100.00 pesos. Después, por acuerdo entre él y yo, entre la abogada del médico y yo, y entre mi hermano y el médico, recogió mis pertenencias del cuarto que estuve rentando en el departamento en que vivían el médico y su hija, y se las llevó. No sé si esas cosas en ese momento estaban ya incompletas, o si lo estaban tanto como lo estaban cuando al salir de la cárcel se las pedí a ese hermano y las recogí en su casa, donde él las tenía en el patio, a la intemperie, desde hacía muchos días, pese a tener espacio para guardarlas bajo techo, pues no ocupaban mucho lugar y la casa no era muy pequeña. Debido a dificultades para caminar, un desmayo, mareos y dolores de cabeza que siguieron a dicha agresión, pedí recibir atención médica. Sin embargo, insistí decenas de veces y durante muchas horas a los custodios durante 6 días, infructuosamente. Un custodio por fin aceptó dejarme ir a la sección de Servicio Médico únicamente después de darle dinero para comprar un refresco. Mientras a través de la reja de entrada de esa zona pedía yo con señas, gritos y mensajes enviados a través de otros reclusos al custodio que estaba menos lejos de esa puerta —a unos ocho metros— que me diera permiso para ir al Servicio Médico, me di cuenta de que un recluso de la celda inmediata a la entrada estaba gritando muy fuerte y repetidamente "¡No! ¡Me duele! ¡Me duele!" El muchacho gritaba tan fuerte, que sin ninguna duda ello era claramente audible a dicho custodio; sin embargo, éste mantuvo los ojos cerrados durante todo ese tiempo, como durmiendo. Enseguida de mirar adentro de esa celda me di cuenta de que el muchacho que estaba gritando estaba completamente desnudo y muchos de los demás reclusos de la celda estaban haciendo fila detrás de él para violarlo sucesivamente, mientras otro lo estaba haciendo. Un rato después, cuando lo soltaron caminó hasta la reja —de espaldas al interior de la celda— y vi que se trataba del muchacho que cuando llegué a ese lugar había tratado como una hora de robarme lo que llevaba. Cuando por fin estuve en el Servicio Médico, después de un desmayo y en estado semiinconsciente, un custodio me hizo tragar cuando menos cuatro abundantes chorros de alcohol médico echándomelos por las fosas nasales (y cayéndome en los ojos también), en presencia de una enfermera que, finalmente, me defendió, diciendo "No me gusta que maltraten a mis pacientes". Estuve hospitalizado más de un mes, dentro del reclusorio: por problemas para caminar, otros tres desmayos, dolores de cabeza y mareos. Muchos de los empleados que tienen asignadas labores de asistencia dentro del Servicio Médico, son reclusos, a los que llaman "comisionados". Pocos minutos después de sucedido lo antedicho, uno de los comisionados que llevaba una cafetera o algún otro recipiente, me echó en el pecho descubierto un chorro de agua casi hirviendo, causándome serias heridas, sólo para ver si reaccionaba. Un enfermero al que llamaban "Toño", gordo y muy robusto, de barba cerrada y canosa, de unos 50 años de edad y que probablemente lleva ya muchos años en ese empleo, me dio dos golpes muy fuertes con el puño: uno en la espalda el día que llegué allí, y otro en la cara en otra ocasión, solamente como medio para hacerme reaccionar. Había allí también una enfermera, de nombre "Diana", de unos 30 años de edad y obesa, que trataba extremadamente mal a los pacientes, no tanto por negligencia, sino sobre todo por desprecio y abusivamente. En relación conmigo, cuando menos, los abusos de estos dos enfermeros, así como los del custodio que me hizo tragar alcohol por la nariz, tenían como objetivo expreso presionarme para que dejara de estar internado allí en la enfermería, debido a no reconocer mi necesidad de ello. Y en el mismo sentido procedió también una doctora, de apellido Arroyo si bien recuerdo, cada una de las 4 ó 5 veces que allí me vio. Ella no actuó en relación conmigo con tan malos tratos físicos como las antedichas tres personas; pero su actitud despreciativa e insultante en el mismo sentido me era aún más preocupante que la de las otras tres, debido a que mi permanencia en la enfermería dependía mucho más de ella que de cualquiera de esas otras tres personas. Al notar esa actitud en la mayoría del personal del Servicio Médico que hasta esos momentos había conocido, en una silla de ruedas que había allí disponible anduve entre los pasillos buscando alguna otra persona más consciente en cuanto al caso, y al ver una puerta entreabierta entré a un consultorio, donde estaban un médico psiquiatra, llamado Germán García Ruiz, de unos 50 años de edad, y su asistente, Alejandra, una socióloga de unos 25 años de edad. Les platiqué brevemente el modo tan injusto en que había sido llevado al reclusorio, y sobre algunos de los abusos que había sufrido y había presenciado allí dentro, y los dos reaccionaron de una forma comprensiva y muy notablemente más sensible que casi todos los otros miembros del personal de allí que hasta esos momentos me habían visto, y con los cuales no consideré oportuno platicar a ese respecto, puesto que ello, casi con toda seguridad, solamente habría confirmado en ellos las sospechas de que no necesitaba estar allí y habría reforzado aún más su actitud de rechazo. (La actitud de dichas otras tres personas, no parecía ser resultado de la falta de información o conocimiento en cuanto a mi caso, sino simplemente de una escasa sensibilidad o humanidad hacia quienes realmente están necesitando ayuda. De ahí que pareciera del todo inútil e improcedente, y con alto riesgo de ser incluso contraproducente, el intentar concientizarlos al respecto.) Luego de ello, el psiquiatra me dijo se haría cargo de mi caso, y enseguida me hizo unas pocas preguntas para conseguir información muy básica, como, por ejemplo, mi edad, estado civil y a qué me dedicaba, al mismo tiempo que ello era escrito a máquina, como elaborándose un expediente en cuanto a mi caso. En otra ocasión, platiqué a Germán García y a Alejandra la primera agresión (el golpe con el puño en la espalda) de las antes mencionadas cometidas en mi contra por Toño el enfermero, y ambos de inmediato reconocieron esa conducta como algo habitual en ese enfermero, diciendo "ah, sí, es un salvaje", y ella añadió "con tres reportes... bastaría"; pero ¿quién se atrevería a reportarlo estando todavía allí, en un país en el que incluso estando fuera de la cárcel un reporte como ese puede poner seriamente en riesgo la vida de casi cualquier ciudadano? En otra ocasión, al llegar dicho enfermero me dijo con toda naturalidad y en voz muy alta "¡¿Listo para violarte?!" No sería justo dejar de reconocer que Germán García Ruiz y Alejandra, fueron, por mucho, las personas que más me ayudaron al estar dentro del reclusorio desde el momento en que los encontré. Y no puedo expresar hasta qué punto me he sentido agradecido desde entonces hacia ambos por todo eso. (Sin embargo, hay y ha habido desde entonces un problema serio derivado en parte de eso..., y del cual pienso hablar en detalle dentro de poco.) Enseguida de ello, en la hoja médica que aparecía sobre la cama que yo ocupaba en la enfermería, decía que mi padecimiento era esquizofrenia, lo cual me pareció muy lógico tomando en cuenta que desde el punto de vista psiquiátrico sólo una enfermedad tan seria como una psicosis (y no una relativamente leve, como, por ejemplo, una neurosis) podría mantenerme hospitalizado. Poco después, Germán García me dijo que no podía yo permanecer mucho tiempo más en la enfermería, y se me envió a la Torre Médica Tepepan, donde se me tomó una radiografía y un especialista me trató el problema del ojo. Estuve allí hospitalizado entre una y dos semanas, si bien recuerdo, y el trato recibido, por personal (incluyendo al director) y pacientes allí, fue incomparablemente mejor que en la enfermería. Cuando me regresaron de Tepepan, Germán García me dijo que otra opción era enviarme al hospital psiquiátrico, donde podría permanecer hasta que saliera del reclusorio y donde recibiría un mejor trato que en la enfermería. A ello Alejandra añadió que si querían regresarme de ese hospital, fingiera "estar loco", y que con eso lograría quedarme allí hasta que saliera de la cárcel. Un tiempo después fui ingresado en ese hospital por instrucción de Germán García. Unas horas después de haber llegado a ese hospital, un médico me hizo unas preguntas, y enseguida de ello me dijo que iban a regresarme. Un rato después, me visitó otro médico, de apellido Lara si bien recuerdo, y traté de convencerlo de que necesitaba atención psiquiátrica, diciéndole que lo único que quería era suicidarme, y enseguida le pedí que por favor me inyectara algo para morirme. Él me preguntó si estaba hablando en serio, y le dije que sí; entonces me preguntó si estaba dispuesto a firmar un documento para poder hacerlo, y le respondí que sí. Me dijo enseguida que iría por el documento, y acepté. Se fue, y unos pocos minutos después, llegaron dos camilleros, me llevaron a una camioneta y me regresaron al Servicio Médico del Reclusorio Norte. No sé si los camilleros llegaron sin que el doctor Lara se diera cuenta de ello, o si llegaron precisamente por instrucción también de ese médico. Sin embargo, considero que es casi seguro, por no decir que totalmente seguro, que lo que dije a ese médico de ningún modo me hubiera podido servir para permanecer allí hospitalizado, puesto que me estaba refiriendo a una depresión, y ahora que mejor lo pienso considero extremadamente poco probable que se admita en uno de esos hospitales de un reclusorio, en México, a cualquier persona solamente por depresión, incluso cuando su vida esté realmente en peligro por tener ideas suicidas. Considero que es así porque seguramente en estos reclusorios hay cuando menos cientos de personas extremadamente deprimidas (yo vi a decenas en ese estado), y si a todas ellas se les enviara a un hospital psiquiátrico, la mayor parte de los pacientes sería por tal padecimiento en esos hospitales. Además, ese es tal vez el padecimiento psiquiátrico más fácil de simular por cualquier persona, y por ello se prestaría mucho a muchos reclusos alegaran sufrir seriamente tal afección por deseo de estar en la relativa seguridad, e incluso (desde el punto de vista de muchos de ellos) comodidad de esos hospitales. E independientemente del riesgo de tales simulaciones, puesto que en esos lugares es en extremo común, incluso entre el personal médico, el prejuicio de que todos los reclusos son culpables de estar allí, comúnmente no se les considera a éstos merecedores de ser atendidos por severa depresión, o incluso del derecho a seguir viviendo mediante evitarles el suicidio. Otra enfermera, de alrededor de 60 años de edad y con vista muy deficiente, al tratar de ponerme un suero me encajó la aguja no menos de ocho veces en un mismo brazo infructuosamente; después le pasó la aguja a otra enfermera diciéndole "a ver si tú tienes más suerte...", y la otra enfermera al primer intento me puso el suero. Esa misma enfermera, en una ocasión en que se molestó al ver que yo no podía caminar bien, se fue de prisa; como a los tres minutos regresó con una inyección y me la puso a través del suero. Enseguida me sentí extremadamente mal; fue una sensación que jamás había tenido en mi vida y que nunca he vuelto a sentir: era una sensación, extremadamente angustiante, de inminente pérdida de la cordura, del control de la conciencia; no de pérdida de la conciencia en sí, como en el caso un mareo, sino algo incomparablemente más angustiante, que seguramente es muy difícil de imaginar por quien no lo haya sentido nunca (yo nunca antes imaginé que pudiera existir una sensación así): sentí de manera continua y durante muchos minutos que me parecieron eternos que estaba a punto de perder la razón; luché mentalmente contra ello durante cada instante (podría decirse que cada centésima de segundo), pero cada uno de esos instantes sentí que estaba a punto de perder la lucha. Esto me hizo decidir, lleno de angustia y muy asustado, bajarme de la cama y arrastrarme por el piso hasta un pasillo (a unos 8 metros de la cama), a "tomar el Sol", que era lo que la enfermera pretendía que hiciera. Lo anterior ocurrió alrededor del mediodía. En la noche, tuve la oportunidad de ver al médico que estaba atendiéndome, llamado Germán García Ruiz; le pregunté a qué horas yo tenía indicado recibir medicamentos, y me dijo que en la mañana y en la noche. Por otro lado, uno de los medicamentos que me administró dicho médico, en varias ocasiones me causó muy fuertes contracciones y movimientos involuntarios en la mandíbula inferior contra la superior, hasta el grado de que se me desprendieron varios pedazos de una o dos de las muelas (hasta ese momento íntegras todas), por esa violenta fricción. En varias ocasiones fui trasladado, muy débil, entre un hospital y otro; esto, en lugar de hacerlo en una ambulancia, lo hicieron en el piso de una camioneta policíaca que iba repleta de otros presos que iban a juzgados o regresaban de ellos, entre distintos y muy distantes puntos de la ciudad. Fueron trayectos de muchas horas, de mucho frío al estar sobre la lámina metálica del piso vistiendo una delgada bata, y en los que los choferes conducían con tal brutalidad, que en muchas bruscas frenadas me golpeé la cabeza contra la pared de la camioneta. Durante varias semanas del tiempo que estuve hospitalizado, en entre cinco y diez ocasiones, incluyendo varios momentos críticos de mi salud, dos trabajadoras sociales y varios reclusos me preguntaron si podían comunicarse con algún pariente mío, y les mostré un papel en el que yo había anotado el número de teléfono y el nombre de Norma. Poco después volví a ver a casi todas esas personas, y me dijeron que se habían comunicado con ella y le habían informado sobre mi estado. Varias semanas después del inicio de mi hospitalización, César y Norma se trasladaron al lugar y fueron al reclusorio. Me visitaron y me dejaron una bolsa con comida (la cual en su mayoría, en parte mientras dormía y al estarme bañando, me fue robada por otros de los reclusos que estaban allí también internados y por uno de los que estaban allí comisionados); enseguida mi hermana, empeñada en obligarme a que me olvidara de mi trabajo en la investigación científica (lo cual es algo que tanto mis hermanos y hermanas como otras personas de esa misma índole moral suelen ver en mí con desconfianza, por desprecio a la verdad en cuanto a sus abusos) y en suprimir y enseguida decidir a su gusto mis objetivos y acciones, obstinada absurdamente en transformarme desde todo lo que soy esencialmente hasta una persona a su ignorante, obtuso y vil capricho, me dijo que había echado a la basura todos mis escritos (mi trabajo de toda mi vida) y que había vendido el equipo de cómputo que tenía yo en Mazatlán (el cual yo había comprado con sacrificios tan extremos que pasé muchas veces varios días consecutivos sin ingerir más que agua muy sucia y durante años, lo mismo que actualmente, comí solamente una vez al día, un poco de alimento para animales, o desechos de alimentos para humanos, semi descompuestos con frecuencia, que he adquirido a menores precios). A continuación me pidió insistentemente que le prometiera que al salir del reclusorio yo trabajaría para ella, en un negocio que ella iniciaría, en el que ella compraría a granel diversos condimentos y yo me dedicaría a ponerlos en pequeñas bolsas para revenderlos ese modo. Si tú, lector(a), supieras en detalle la enorme cantidad de sacrificios, humillaciones e injusticias que he sufrido durante más de quince años en los que al mismo tiempo he trabajado tanto como el que más de los seres humanos, e incomparablemente más que cualquiera de mis hermanos, persiguiendo siempre la verdad y la justicia y, con resultados en extremo adversos y dolorosos para mí, siendo sincero y honesto hasta cuando ha peligrado mi vida, o si tú supieras al menos una pequeña parte de ello, comprenderías por qué, a pesar de mi férreo optimismo de todos estos años, me sentí extremadamente deprimido cuando Norma me dijo esas cosas. La ropa, el dinero y unas pocas pertenencias más, me fueron robadas completamente cuando ingresé al Servicio Médico: lo que traía puesto y llevaba conmigo, me fue robado por personal del Servicio Médico; y lo que había quedado en la celda, por los reclusos. Poco tiempo después me dieron de alta y me llevaron en silla de ruedas a la zona en que estaban todos los demás presos, me dejaron en el patio sin llevar puesta más que una pequeña y delgada bata en medio de un intenso frío, sin poder caminar bien aún, con constantes mareos y dolores de cabeza. Después me paré y caminé, pero poco después me desmayé de nuevo; cuando reaccioné supe que había caído sobre lodo, entre unas plantas. Muchas horas después, en la noche, me metieron a la celda más hacinada de las seis celdas en que estuve. Como muchas otras veces en el reclusorio y a lo largo de mi existencia, pasé esa noche sin cobija, pero además con la ropa muy mojada y colocado por otros presos pegado al metal de las rejas, expuesto a un frío invernal que incluso estando seco sería muy difícil de soportar, y sin poder por supuesto dormir ni dormitar ni por un instante. Al día siguiente traté de suicidarme, arrancándome con los dientes pedazos de piel de la muñeca del brazo derecho; un recluso pidió a un custodio que me llevaran al Servicio Médico, y este no aceptó sino muchas horas después; pero al llegar de nuevo al Servicio Médico, me rechazaron y me regresaron a la celda. El jefe de la celda, al cual apodaban "Cepillo" por el corte de su cabello, de unos 30 años de edad, y que me había tratado excepcionalmente bien el poco tiempo que yo llevaba allí, se molestó conmigo y, refiriéndose a mi intento de suicidio, me dijo "eso desprestigia nuestro cantón" ("cantón" es como allí llaman las celdas). Esa noche, cuando todos parecían dormidos, volví a intentarlo; pero el jefe estaba vigilando, tomó un grueso palo de madera y me golpeó fuertemente con su extremo en el pecho; entonces me incorporé y le pedí que me golpeara en la cabeza y me matara, pero sólo reaccionó dándome un golpe tan fuerte en una rodilla, y tan doloroso, que consideré seguro que me había fracturado la rótula. Aunque durante mi estancia en el reclusorio muchas personas me trataron mal y me golpearon, muchas más de las que aquí menciono, hubo también muchas personas, unas sesenta, que al relacionarnos no me faltaron al respeto o lo hicieron muy poco; con más de cuarenta establecí relación amistosa y no sólo de respeto mutuo, unas veces protegiendo (incluso estando hospitalizado) y otras siendo protegido; unas diez de ellas (tras la golpiza) me ayudaron mucho, y cinco mucho más aún: Germán García Ruiz, Alejandra y tres reclusos, dos de ellos llamados Daniel y Jonathan. Ese mismo médico, que aparentemente es, como antes dije, una persona con un grado de sensibilidad que es escaso dentro de un país como este, y que es una rareza dentro un reclusorio, sin embargo, con otras acciones me perjudicó mucho; aunque no sé si lo hizo por incompetencia en su profesión, o como una deshonestidad resultante de las fuertes presiones a las que está sometida cualquier persona dentro de un sistema de justicia tan perniciosamente corrupto como el que domina aquí. Si sobrevivo, estaré dispuesto a defenderlo y ayudarlo en todo lo que esté a mi alcance si, cuando esto se ventile como es necesario, él reconoce la verdad; y si no la reconoce, seguiré dispuesto al máximo a ayudarlo a que pueda hacerlo. Necesito la oportunidad de poder agradecer toda la ayuda que recibí de estas personas, relatando también, en detalle, estos hechos. Ahora tengo que limitarme, porque debido al riesgo en el que estoy ahora, extenderme cuanto quisiera puede ser contraproducente. Al día siguiente, en la noche, Germán García y Alejandra fueron a la zona del reclusorio en que yo estaba, y me llevaron al Servicio Médico. Un día después, el médico me dijo que había llamado por teléfono a mi hermana Norma, y que ésta le dijo que me había mentido al decirme que había tirado a la basura mis escritos y al decirme que había vendido mi equipo de cómputo. Entre los documentos de mi proceso y otros que en cuanto a mí fueron escritos en el reclusorio, entre los que leí por primera vez después de salir de la cárcel, hay uno elaborado por dicho médico, en el que hay una larga serie de muy viles mentiras, muy perjudiciales, que Norma en presencia y complicidad de César dijo contra mí a ese médico el antedicho día que ella y tal hermano me visitaron. Ese documento escrito, firmado y sellado por el doctor Germán García Ruiz cuando estuve en el reclusorio, y que en tan solo poco más de 30 referencias a mí hechas por Norma, contiene más de 30 mentiras muy serias en mi contra (es decir, casi todo lo que allí se dice), es una clara constancia de las pésimas intenciones que en realidad Norma y César tenían hacia mí cuando fueron a la ciudad de México, pese a que, contrariamente a un enorme cúmulo de evidencias —además de dicho documento— que afirman contundentemente lo contrario, después —asombrosamente— han dicho que fueron a ayudarme. No hay ni siquiera una sola de todas esas cosas dichas por Norma (en complicidad con César) en mi contra, que pueda ser probada como verdadera, y en cambio yo puedo probar que todas esas cosas son mentiras, y que todas esas mentiras fueron dichas con muy mala intención, es decir, con la intención de hundirme lo más que pudieran, aprovechándose los dos de la oportunidad que entonces vieron para ello. Sin embargo, es preciso tener presente que aunque la costumbre en México es considerar culpable a cualquier acusado mientras no se demuestre que no lo es, lo realmente justo y sensato es, a la usanza de países muchos más adelantados en este aspecto, que cualquier persona sea considerada inocente mientras no se pruebe lo contrario. Y de acuerdo con ello, en realidad, yo no tendría en absoluto por qué dedicar parte de mi trabajo y tiempo en probar que eso es mentira, sino que son ellos los que, si quieren conseguir lo que se han propuesto, tienen que probar que es cierto lo que dicen. Y si no es así, en realidad es exactamente como si no hubieran dicho nada, cuando menos a los ojos de la gente que es prudente en su manera de juzgar a los demás. He sido demasiado complaciente con los extremadamente absurdos prejuicios aquí imperantes en el modo de mirar a las demás personas, y por ello durante años me esforzado en conseguir pruebas de la falsedad de esas y muchas otras graves cosas que me han achacado personas que así han procurado ocultar otros de sus abusos. Pero no puedo perder más tiempo haciendo eso, y lo justo, aquí y en cualquier lugar del mundo, es que para mi defensa sea totalmente suficiente el hecho de que ninguna de esas acusaciones que se me han hecho puede ser probada. Para que la verdad en cuanto a mí pueda ser vista, no tengo en realidad por qué realizar ni el más mínimo esfuerzo en probar como falsas las mentiras que se me imputan. Y en la medida en que de hecho sí tenga que hacerlo, se está cometiendo en mi contra una injusticia obvia. Por otra parte, convengo en que cuando una persona que, mediante sus acciones, ha ganado para sí reputación de honesta y veraz, tenga una mayor credibilidad, con base meramente en probabilidades, al hacer acusaciones que no pueden probarse, que otra que, por el contrario, hace lo mismo habiéndose ganado, mediante su proceder, una reputación de malintencionado(a) mentiroso(a). Luego de ver esa larga serie de mentiras que Norma dijo en mi contra, es obvio lo siguiente: 1.- Desde antes de ir al D.F. Norma estaba enterada del diagnóstico que el doctor Germán García Ruiz había tenido que hacer en cuanto a mí para, por razones humanitarias, poder mantenerme hospitalizado y lejos de la gran cantidad de graves peligros que hay en las celdas y de los cuales seguramente él sabe muy bien. Norma debe haberse enterado de eso, por alguna(s) de las llamadas que le fueron hechas por personal del reclusorio (trabajadoras sociales y/o médicos; el director de la Torre Médica Tepepan, por ejemplo, me dijo también que le había hablado por teléfono a Norma y había platicado con ella en cuanto a mí), mucho más probablemente que porque ella hubiera llegado a llamar (si acaso alguna vez lo hizo), puesto que ella no había mostrado nunca ni la más mínima intención de ir al D.F. Puesto que Norma, al igual que todos mis demás hermanos, no tiene ni los más elementales conocimientos en cuanto a psicología (o, cuando menos ella, en cuanto a ninguna otra cosa) y mucho menos en cuanto a psiquiatría, es fácilmente deducible que al decir (en complicidad con César) dicha gran cantidad de mentiras graves en mi contra, ella estaba enterada ya (y con cierta anticipación) de ese "diagnóstico", porque, debido a dicha ignorancia extrema suya, esas mentiras forzosamente tuvieron que haber sido resultado de una previa búsqueda de información por parte de ella en cuanto al concepto de esquizofrenia, con el propósito de elaborar, con la máxima congruencia con esa patología, esa larga lista de mentiras en cuanto a mí, con la obvia intención de confirmar dicho diagnóstico que con toda seguridad se le había ya mencionado sin, por supuesto, mencionársele también que ello tenía como única razón la de, por justicia y por humanidad, mantenérseme a salvo de ese ambiente tan peligroso que hay dentro de esos reclusorios. Por supuesto, el doctor Germán García Ruiz no iba a estar dispuesto a cometer la imprudencia de decir a mis parientes que había hecho ese diagnóstico solamente por motivos humanitarios, tomando en cuenta la evidentemente abyecta índole moral que muy probablemente llegó a percibir en Norma al darse cuenta de que, luego de la larga indiferencia que ésta mostró en cuanto a mi situación, encima ella me dijo esa mentira —que reconoció como tal ante él— en cuanto a mis escritos y de la cual era muy obviamente previsible una consecuencia tan grave como la que consiguió con ello. 2.- Dicha intención de Norma y César de confirmar ese diagnóstico en cuanto a mí, tenía obviamente como propósito hundirme cuanto pudieran de tal modo que yo perdiera toda credibilidad ante cualquier intento de denunciar el homicidio que ellos, en complicidad con todos mis demás hermanos, cometieron contra mi papá. En todos los tipos de casos de injusticias, obviamente, el recurso y objetivo ideal para quienes cometen los delitos o injusticias, es desacreditar al máximo a quienes planean o intentan denunciarlos, tachándolos incluso de dementes, o de "locos" para usar uno de los insultos favoritos de los Gaeta Ibarra y de Daniel, mi hermano (y como dentro de poco probaré en cuanto a ambos casos mediante grabaciones de audio), así como de otras personas de parecida bajeza moral, ante personas que, como yo, no pueden callar las injusticias graves. (En cuanto a las injusticias relativamente leves —como, por ejemplo, el estacionar un carro sobre la banqueta, orinar en la calle, o echar basura dentro de otra casa—, mi opinión es que, por supuesto, también deben denunciarse. Sin embargo, en lo personal en realidad, y lamentablemente, yo no tengo tiempo suficiente para eso —dentro de un país en que esas denuncias son siempre una pérdida de tiempo cuando el nivel económico que se tiene no es superior al del denunciado—; de tal modo que, sólo por dicho tiempo insuficiente y por el país en que me encuentro, normalmente no denuncio a cualquier persona que, por ejemplo, estaciona su carro sobre una banqueta; pero estoy obligado a exceptuar en esto a gente como los Gaeta Ibarra, por dos causas: otros muchos abusos relativamente "leves" —aunque en conjunto y a lo largo de muchos años son algo verdaderamente grave— cometidos por los Gaeta Ibarra en mi contra, tuvieron como consecuencia que yo me viera obligado a irme de esta casa, para poder tener la suficiente tranquilidad para concentrarme en mi trabajo en la investigación científica, lo cual a su vez me produjo un sinnúmero de muy serias peripecias al tener que andar por otros lugares si tener una casa propia (y de esto voy a hablar en detalle después) y propició las circunstancias para otras injusticias que han sido todavía mucho más graves, cometidas por mis hermanos en complicidad con los Gaeta Ibarra. Una de esas en extremo graves injusticias, es el hecho de que yo no haya podido estar aquí, en esta casa, cuando mi papá fue rechazado por todos mis demás hermanos, y fue por ello abandonado aquí a una muerte que era obvio que seguramente ocurriría al muy poco tiempo a consecuencia de ese inhumano trato. Tengo mucho más que decir a este respecto, pero por ahora —debido a la urgencia en que me encuentro precisamente a consecuencia de otras graves agresiones cometidas en mi contra por los Gaeta Ibarra— voy a pasar a referirme, por el momento alusivamente, a la segunda de esas extremadamente graves injusticias por ellos cometidas en mi contra, además de en perjuicio de mi papá, desde hace muchos años: un poco más adelante, en este archivo voy a hablar en detalle de una injusticia extremadamente grave cometida por varios de mis hermanos en mi contra en febrero de 2009 y durante varios años más —sin que hasta el presente haya terminado de reponerme de todo ello—, en complicidad con los Gaeta Ibarra. Por experiencia de muchos años que por desgracia me he visto precisado a vivir cerca de ellos, los Gaeta Ibarra son personas que cuando tienen cualquier resentimiento contra una persona —como contra mí lo tienen crecientemente, desde 1997, debido al haber desairado a su hija Wendy durante años, y al parecer también debido al hecho de que ella se haya visto reducida a casarse con una persona como Toribio Orozco Montes de Oca, quien en realidad moralmente no es muy diferente de ellos— y consideran que pueden abusar de esa persona contra la que guardan tal resentimiento, no desaprovechan nunca la oportunidad de cometer en su contra cualquier abuso, y eso es algo que más hacen en la medida en que más vulnerable consideran a esa persona; y para ellos cualquier muestra de amabilidad de una persona es una prueba de debilidad y vulnerabilidad de la cual hay que aprovecharse. Digo esto porque durante años intenté lo que a primera vista parece lo más lógico intentar en estos casos: mostrarme indiferente ante ellos y ante todos sus abusos, para ver si se cansaban de abusar y se olvidaban del asunto; pero con ello nunca conseguí más que sufrir más y más graves abusos por parte de ellos. Y, después de soportar todo eso durante años, fue cuando decidí empezar a reaccionar de otra manera, cuando ya era más que por completo obvio que esa no era la forma de enfrentar este problema con los Gaeta Ibarra, y que no había otra opción aparte de la de mostrarme indispuesto a seguir sufriendo sus abusos. Esa actitud de los Gaeta Ibarra, de ensañarse contra quien consideran débil —por ejemplo, véase al respecto el trato obviamente abusivo que Salvador Gaeta Ibarra da a un vendedor de periódicos con parálisis cerebral, aprovechándose de que este muchacho no podría defenderse de ello—, es algo que, como antes dije, no deja otra salida que la de enfrentarlos cuando menos denunciando sus abusos.) Hay una multitud de hechos de ese mismo año y de todos los demás años hasta el presente, 2013, que confirman sobradamente que ese fue el propósito con el que Norma y César fueron al D.F. en esa ocasión, y con el que ella dijo en mi contra esa larga serie de serias mentiras. Esos hechos son tantos, que sólo muy difícilmente podría enumerarlos en referencia a todas las ocasiones en que han sucedido, y por ahora me veré obligado a referirme solamente a algunos de ellos como muestras representativas de otros muchos de esos hechos confirmatorios de esa intención: la gran cantidad de mentiras graves que Norma (en complicidad con César) dijo en mi contra a Germán García Ruiz; sus burlas aprovechándose de saberme completamente indefenso al estar confinado en el reclusorio; el haberse negado —todos mis hermanos— a contratar un abogado para ayudarme ante abusos en mi contra de cuya obviedad todos ellos estaban de sobra conscientes; y después el haberse negado también a ayudarme prestándome una ínfima parte del dinero que normalmente ellos gastan en lujos, fiestas y otras muchas superfluidades, para pagar una multa que se me impuso de una manera a todas luces muy injusta, y a sabiendas, por supuesto, de que el no pagarla con dinero implicaba el verme obligado a pagarla mediante trabajos durante años; el haberme mentido Norma diciéndome que había tirado todos mis escritos y mi equipo de cómputo, sabiendo ella muy bien que esos escritos eran resultado de mis esfuerzos y sacrificios extremos (después hablaré de esto en detalle) realizados a lo largo de muchos años (mientras ella siempre, toda su vida, ha dependido económicamente de otra persona) y que en cierto modo eran para mí, por mucho, lo más importante en mi vida (como medio para conseguir otras cosas que en realidad son para mí aún más importantes, como, por ejemplo, el casarme y tener hijos); y posteriormente, el haber utilizado, ella y todos mis demás hermanos, dicho diagnóstico para, omitiendo maliciosamente las verdaderas razones que lo motivaron, calumniarme ante casi cualquier persona con la que han tenido oportunidad de hablar en cuanto a mí en todos los años posteriores, hasta la fecha; el poner, con evidente deliberación, de esa manera en serio riesgo mi integridad física e incluso mi vida (en cuanto a esto hablaré en detalle un poco más abajo), el haberme secuestrado el 16 de febrero de 2009 mediante pagar sobornos a un "médico" muy corrupto de Mazatlán (del Hospital General); el haberme envenenado gravemente con inyecciones antipsicóticas durante casi dos años y medio, con efectos extremadamente perjudiciales para mí en todos los aspectos (no sólo en la salud), y que continuaron gravemente durante meses después, y cuyas secuelas continúan hasta hoy perjudicándome seriamente en diversos aspectos. Al hablar en detalle —y mediante grabaciones de audio con las que lo pruebo— respecto a ese envenenamiento, se verá claramente que Norma y varios otros de mis hermanos (Daniel, Sara y Jorge, cuando menos) se empeñaron en continuar, incluso mediante la fuerza*, envenenándome de ese modo en momentos en que, a mediados del 2011, era muy claro que con toda seguridad ese extremado abuso me conduciría a la muerte. Y ello fue una prueba todavía mucho más clara de que Norma y algunos otros de mis hermanos, han tratado muy activamente de silenciarme llegando incluso a cometer abusos cuya intención no ha podido ser ninguna otra que la de provocarme la muerte. De cada uno de los abusos que acabo de mencionar, tengo y mostraré diversas pruebas, consistentes, por ejemplo, en numerosas grabaciones de audio y también documentos escritos.
En la medida en que Norma y/o cualesquiera otras personas no puedan probar como cierto lo que ella y César dijeron al doctor Germán García Ruiz y otras muchas mentiras que después ellos y aliados suyos (como los Gaeta Ibarra, por ejemplo) han ido esparciendo en mi contra, y en la medida en que yo y/o cualesquiera otras personas podamos probar que eso es falso, quedará lógicamente demostrado todo lo que he dicho respecto a las intenciones que ellos ha tenido en esos hechos, habida cuenta del claro móvil que todos mis hermanos han tenido para tomar y apoyar decisiones en mi contra como esas nocivas mentiras a fin de acallar mi denuncia de la forma tan injusta, cruel y descarada en que empujaron a la muerte a nuestro propio padre. Como antes he dicho, tengo cientos de horas de grabaciones de audio y otros muchos documentos (otros cientos de videos, en papel y miles de fotografías) con los que puedo probar casi todo lo que digo, y muchas otras cosas que no he dicho todavía. Pero precisamente por ser tantas cosas y tantos archivos al respecto no puedo mostrarlos todos a la vez, pues hay muchos comentarios que necesito hacer respecto a ellos, además de mostrarlos en cierto orden. Mis comentarios son necesarios para que puedan entenderse cosas que allí se dicen de manera sobreentendida o en alusión a cosas que en ellos no se mencionan expresamente, a pesar de que en todos estos archivos yo me he esforzado por que no haya esas deficiencias, y por que incluso en ellos aparezca la mayor cantidad posible de pruebas de la verdad en cuanto a los casos con los que se relacionan. Como una muestra de esos archivos de audio, incluyo aquí un enlace para la descarga de una grabación de una conversación que tuve en diciembre de 2007 con una hermana, Sara María Patrón Zepeda, en cuanto a la muerte de mi papá. Esta grabación, a través del testimonio de ella en respuesta a preguntas que le hice esa vez, muestra claramente la vileza con que sucedieron esos hechos que ya antes he relatado de manera muy resumida. Por favor escucha esta conversación, en esta página: https://archive.org/details/ARDec0707PlaticaConSara Por ahora sólo incluyo una grabación en cuanto a parte de los hechos más arriba referidos, añadiendo a continuación una serie de anotaciones que a manera de borrador he añadido hasta ahora rápidamente, por falta de tiempo. Sara es una persona bastante insensible, apática e indiferente a los problemas de los demás, de escasos recursos económicos y que ha vivido casi siempre, desde hace muchos años, sobornada y manipulada por varios de mis hermanos, encubriéndolos con mentiras y ocultamientos de la verdad hasta en sus más graves injusticias, porque que de vez en cuando la ayudan en lo económico: Norma, quien cada fin de año, luego de hacer limpieza en su casa, le regala algunas de las cosas que desecha; y especialmente Daniel, quien hace alrededor de 10 años le regaló un carro enseguida de surgir un rumor de que ella se estaba prostituyendo; lo cual en Daniel producía vergüenza antes que cualquier sentimiento de compasión. Debido a ese regalo y otros esporádicos, Daniel es para Sara como algo sagrado, y en muchas ocasiones lo ha defendido a capa y espada hasta en lo más indefendible. En la grabación a la que en este email incluyo enlace, Sara aparece casi hasta el final tan apática como acabo de mencionar, y en muchas otras grabaciones de conversaciones que he tenido con ella, dice asombrosas irracionalidades en defensa de algunas de las más serias deshonestidades de algunos de nuestros hermanos. Daniel, por su parte, es extremadamente insensible, manipulador y tan ofensivo ante quienes ve indefensos como servil ante quienes considera que lo pueden ayudar en lo económico; extremadamente sarcástico, cínico, materialista, convenenciero y mentiroso; y muy vulgar y envidioso. Mis hermanos Norma y "Pepe" (como en la familia siempre hemos llamado a José César, aunque casi todos los demás lo conocen por "César"), son casi exactamente iguales entre sí en la manera de comportarse, y en su forma de ser difieren de Daniel solamente en ser menos vulgares, y en ser extremadamente hipócritas, en lugar de cínicos, y en burlarse de otras personas solamente cuanto sienten la total seguridad de que éstas no se podrán defender. Daniel en este aspecto, en cambio, tiende a no burlarse solamente cuando siente la absoluta seguridad de que puede ser seriamente agredido por su víctima. Ha habido varias personas (por ejemplo, Daniel, José Raúl Tovar Fernández y Salvador Gaeta Ibarra) que han cometido contra mí injusticias no menos serias que las que Norma ha cometido en mi contra; pero la persona que más he odiado en mi vida ha sido Norma, debido a su extremada hipocresía, que la hace mucho más peligrosa que si fuera tan cínica como Daniel o Salvador Gaeta Ibarra; mientras que José Raúl Tovar Fernández tiende a titubear y a no mirarlo a uno a la cara cuando está mintiendo. Norma, por el contrario, al igual que Pepe (quien ha cometido injusticias serias contra mí también, pero menos que Norma), se comporta como la persona más dulce del mundo cuando en realidad es una de las personas más insensibles que he conocido en mi vida (incluyendo muchos de los psicópatas que por desgracia conocí en el reclusorio), o como la más indignada que puede existir cuando se le acusa de una injusticia que ella sabe muy bien que sí cometió. Porque siento un especial amor por la verdad, esa es la manera de ser que para mí es, por mucho, la más detestable de entre todas las más viles que existen. Ese serio vicio ha ayudado siempre muchísimo a Norma, y a Pepe, en la comisión de gran cantidad de injusticias, y hace considerablemente más difícil en tales casos probar deshonestidad que en casos de cinismo como los de Daniel y Salvador Gaeta Ibarra. Sin embargo, ni Norma ni Pepe son lo suficientemente "inteligentes" (yo no llamaría a eso inteligencia) como para no cometer diversos serios errores por los que se les puede descubrir como lo muy mentirosos que son, y por ello tengo también una gran cantidad de pruebas de casi todas las vilezas (todas las más importantes) de las que acuso a Norma. Los abusos que en la plática mostrada en este archivo de audio menciono cometidos por mis hermanos, son sólo una parte entre otros muchos que después han cometido y siguen cometiendo hasta el presente. Los siguientes son comentarios que recientemente escribí en cuanto a lo que se escucha en la grabación, y los hice para mí, a fin de escribirlos después de tal modo que puedan ser entendidos por otras personas. Sin embargo, no he tenido tiempo de hacer esto último, y por ello los presento por ahora de esta forma, con la esperanza de que el contenido de la grabación pueda entenderse un poco mejor. Si mi papá pidió a Sara que lo llevara a una casa abandonada donde él (así como todos mis hermanos que se enteraron de ese abandono) sabía que seguramente al poco tiempo moriría, fue porque su situación en la casa de Sara era tan insoportable que prefería esa forma de morir a la forma en que él sentía que estaba muriendo en la casa de Sara, donde la hija de Sara, Daniela, lo llegó incluso a agredir físicamente. Mencionar la contradicción en que primero dice que Daniel vino y "estuvo toque y toque" y después dijo que "él tenía llave y que incluso todos tenían llave". Minuto 30 Si ni Sara ni Norma conocieron a la supuesta señora que supuestamente venía a traer comida a mi papá, ¿cómo sabe Sara que esa señora existía? Y si lo supo de algún modo ¿por qué no lo mencionó? Dice que las únicas personas a la que ella avisó de la muerte de mi papá fueron Linda, quien no vive por aquí desde hace unas tres décadas, y Carmen, quien tampoco vive por aquí desde hace unas dos décadas. Así que me pregunto por qué no tuvieron la atención de hablar al respecto con ningún vecino de aquí de esta cuadra. ¿Acaso tenían algo que ocultar, o se avergonzaban de algo al respecto? ¿Les resultaba incómodo el tema ante los vecinos de aquí, que se dieron cuenta de casi todo lo sucedido entre ellos y mi papá? ¿Por qué no hablaron al respecto con los vecinos de aquí? Porque no podían dar a ellos una versión distorsionada de esos hechos (puesto que ellos se habían dado cuenta de lo sucedido) y se limitaron solamente a hablar con dos ex vecinas de hace décadas, que no se enteraron al respecto más que por la versión distorsionada en su favor que mis hermanos contaron. Dice que no les avisaron a los del barrio porque deben haberse dado cuenta, pero por supuesto esa no es una explicación o actitud normal de ninguna persona o personas en ningún barrio normal. O acaso estaban todos mis hermanos enemistados o demasiado distanciados de todos los vecinos de este barrio. Y decir por qué es muy importante mencionar esto... Minuto 31 Dice que de aquí del barrio los únicos que fueron al velorio fueron Salvador, la esposa de éste, Yoly, Paty y Diana. Son personas de la familia Gaeta Ibarra (las dos primeras) y la familia Mercado Vargas, una familia casi tan vil como los Gaeta Ibarra y mis hermanos y hermanas. A la segunda de las cuales pertenece Omar Antonio Crespo Mercado (hijo de Yolanda Mercado Vargas), un "amigo" de Salvador Gaeta Ibarra a quien ya he mencionado en otro email, y en otro archivo con fotos. Es muy interesante el hecho de que las únicas personas de este barrio, de esta cuadra, a las que avisaron mis hermanos de la muerte de mi papá, y las únicas que supuestamente asistieron a ese velorio, son precisamente pertenecientes a dos familias con miembros de las cuales yo he tenido muy serios problemas y de cuyas deshonestidades tengo muchas pruebas (incluyendo cientos o miles de fotos y videos), y que además no avisaron al respecto ni invitaron a ninguna de las alrededor de 10 personas (de unas 10 diferentes familias) vecinas de por aquí que son honestas y cuya honestidad también puedo probar. Mencionar el hecho de que pude haber inducido esa respuesta con la forma en que hice la pregunta en que di por hecho que hubo velorio, y mencionar lo demás en cuanto a la cremación de su cuerpo... Minuto 34 Le pregunto si avisaron a los Patrón Zúñiga y titubeante dijo que sí y que sí "fueron" al velorio. Mencionar que los Patrón Zúñiga muy probablemente también recibieron una versión falsa de mis hermanos y hermanas en cuanto a la muerte de mi papá. Puede decirse que no avisaron a otras personas del barrio porque no tenían con las demás una relación tan cercana como con los Gaeta y los Mercado. Pero entonces me pregunto por qué no la tenían más que con ellos, porque así como puedo demostrar la vileza de esas dos familias puedo demostrar la honestidad de cuando menos 10 personas (de alrededor de 10 domicilios) vecinas de por aquí, a las que no se les avisó. Y ¿por qué, me pregunto, mis hermanos y hermanas no tenían con esas alrededor de 10 personas honestas una relación tan cercana como con los Gaeta, y en realidad ni siquiera cercana. Porque además sé que nunca se acercaron ni siquiera un poco a la mayoría de esas personas, cuya bondad y honestidad también puedo probar de muchas formas, como, por ejemplo, horas de grabaciones de audio, en conversaciones con ellas. Minuto 35 Mencionar lo del supuesto infarto de Sergio y la necesidad de que él presente pruebas de ello de algún médico o institución médica de probada calidad moral, lo cual es obviamente muy difícil de encontrar en ese ámbito en México. Minuto 37 Dice que nunca vino, contradiciéndose con su anterior dicho de que había venido con Daniela y que hasta le compró enchiladas a mi papá, aunque después se corrige (y se contradice de nuevo) diciendo que nunca vino sino hasta que mi papá ya estaba instalado aquí. Dos contradicciones: con una segunda contradicción trató de remediar la primera contradicción. Minuto 41 Dice que no hubo entierro, sino cremación, y que eso lo decidieron Daniel y Norma. Minuto 42:40 Mencionar que al hablar en cuanto a la decisión de la cremación de mi papá, mi papá le pidió varias veces meses antes que lo llevara al panteón, porque él no deseaba ser cremado. Mencionar el hecho de que Daniel tiene alrededor de 10 propiedades en Mazatlán, que renta como locales (a expendios de la cervecería Tecate algunas de ellas, según el mismo me dijo) y como viviendas, y que, sin embargo, nunca invirtió ni un peso en construir un cuarto en el patio de su casa para que mi papá viviera en él sus últimos años, y no tuviera una muerte como la que tuvo. Minuto 43:03 Dice Sara que Daniel y Norma estuvieron viendo precios de ataúdes, lo cual demuestra que mi papá nunca les pidió ser cremado (¿o acaso tenían ellos algún motivo para buscar ataúdes contra la voluntad de mi papá, pese a ser éstos más costosos que la cremación?), y enseguida menciona también que incluso fueron a una funeraria, lo cual demuestra lo mismo: que mi papá no pidió ser cremado, y que la decisión de cremarlo pudo haber sido influida por el hecho de que eso era lo más económico. Lo cual es asombroso tomando en cuenta que las personas que se encargaron de tomar esa decisión (o sea Daniel y Norma) tienen una posición económica alta, viven en mansiones llenas de lujo, tienen varios automóviles y han viajado por muchas partes del mundo, así como sus hijos. Ello demuestra el desprecio que ellos sentían por la vida mi papá incluso después de haber muerto. Minuto 43 Se contradice dos veces en menos de dos minutos, diciendo que no anduvieron viendo precios de ataúdes, cuando antes había ya dicho que anduvieron viendo precios de ataúdes, y enseguida dice de nuevo que sí los vieron e incluso menciona los precios. Mencionó que vieron precios de los ataúdes y que el más económico costaba $7,500.00 y que otro que consideraron aceptable costaba $15,000.00 pesos. Luego, contradiciéndose una vez más, repite que no vieron los ataúdes, aunque acabada de decir que el de $7,500 estaba feísimo y que el de $15,000 no lo estaba. Minuto 46 Le pregunto si era más económica la cremación y me dijo de inmediato que sí. Minuto 46 Dice que nunca ella le habla a ningún hermano para preguntarle cómo está, más que cuando lo necesita. Minuto 48 Dice que por neutralidad decidieron que las cenizas no estuvieran en la casa de ninguno de los hermanos, sino en el panteón. Lo cual demuestra que la familia está muy lejos de ser tan unida como algunos de ellos tratan de hacer creer en cuanto a mí diciendo que yo soy el único que se ha distanciado de ellos, tratando ellos de hacer pensar que soy una oveja descarriada. Y por si acaso se les ocurriera decir que lo hicieron solamente por mí, para que yo pudiera acercarme a las cenizas sin tener que ir a la casa de ninguno de ellos, estarían mintiendo muy obviamente tomando en cuenta las muchas injusticias extremadamente graves que ellos han cometido en mi contra, y que demuestran que desde hace muchos años nunca han tratado de hacerme ningún favor, sino obviamente todo lo contrario. En la medida en que yo demostraré todas las graves injusticias que ellos han cometido en mi contra, demostraré también que ellos no son la familia tan unida que dicen ser, porque son tan despreciativos de la amistad que no se alían entre sí más que cuando quieren abusar de otra persona. Entre sí son solamente aliados, y no amigos en el auténtico sentido de esta palabra; son aliados motivados a serlo solamente cuando ven la necesidad de abusar de otra persona. Minuto 48 Dice que metieron las cenizas de mi papá en una cajita de madera, cosa que seguramente hicieron por ser lo más barato que puede haber para hacer eso. Las hubieran metido en una bolsa de plástico, por ser esto aún más barato, pero seguramente no lo hicieron solamente por lo mal que eso se hubiera visto si alguien llegaba a verlo. Me pregunto cuánto pudieron haberse ahorrado al decidir meter las cenizas en una cajita de madera en lugar de en una urna de cerámica. ¿500.00 pesos? Investigar la diferencia de precios entre una cosa y otra, para ver más claramente hasta dónde llegó su tacañería y su desprecio por mi papá. Minuto 57 Vuelvo a mencionar el tema de que Sergio supuestamente dijo que no vino a Mazatlán al velorio de mi papá porque le dio un infarto (a Sergio), y enseguida hablo de los padecimientos psicosomáticos a los que allí me refiero como "castigos de conciencia". En cuanto a esto mencionar también lo ocurrido en el caso de Jorge, que en enero 2006 me dijo muchas veces y de manera muy enfática que yo era una persona muy cerrada y que necesitaba mente abierta, en referencia a un abuso que estaban él y otros de mis demás hermanos tratando de imponerme, y que como un año después supe que le habían diagnosticado glaucoma, que consiste en un estrechamiento del campo de visión, lo cual suele llamarse "visión túnel", y que es algo que no me extraña en su caso después de acciones como la que aproximadamente un año antes cometió, con dichas falsas acusaciones. Hora 1:00 Digo que entre los cuatro de mis hermanos que podían haber cooperado para construir un cuartito para mi papá, hubieran puesto solamente $15,000.00 cada uno, pero allí cometí un error, porque algunos años después Sara construyó en su casa un cuarto de cemento como de 3 x 6 metros, enjarrado, y me dijo que le costó $30,000.00 pesos. Mencionar esto y que por lo tanto en realidad lo que habría tenido que cooperar cada uno de esos 4 hermanos eran unos $7,500.00 pesos. Hora 1:18:50 aprox. Allí digo "tal vez no sea yo el que más le debió, pero sí fui yo el que más valoró lo que me dio".
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