Autobiografía | Roberto Patrón Zepeda - 2
Autobiografía
Roberto Patrón Zepeda
Última actualización: Septiembre 21, 2014 - 9:36 p.m.*
El viernes 30 de agosto de 2013 en la mañana, poco más de un día después de la primera de dichas prolongadas desconexiones cometidas por MegaRed, con obvios propósitos de censura, INAPAM cometió en mi contra un muy claro abuso, que fue el inicio de una larga serie de crecientemente perniciosos, descarados y frecuentes abusos cometidos por ese instituto y el DIF en mi contra, en complicidad con la Policía Municipal y la familia Gaeta Ibarra; y, este mismo día, minutos después Salvador Francisco Gaeta Ibarra volvió a agredirme físicamente, esta vez por la espalda. Este día, a las 10:17 de la mañana, mientras preparaba los libros que iba a llevar a vender a la UAS, vi que un carro negro Chevy Comfort estaba estacionado exactamente fuera de mi casa, de tal modo que me impedía por completo salir con la carretilla (o "diablo", como usualmente en México se le llama) en que llevo los libros, empujando a pie más de 150 kilos, muchas veces bajo intenso Sol, a lo largo de más de 4 kilómetros, hasta dicha universidad, e igual trayecto y poco más o menos peso al regresar. Esto de inmediato me extrañó, porque ese carro llegaba con tanta frecuencia a INAPAM (muy probablemente a diario) desde mucho tiempo atrás, que era evidente que pertenecía o lo usaba alguien que trabajaba en esa oficina; y porque, hasta el día anterior, todos quienes trabajaban en INAPAM al llegar y estacionarse me dejaban un espacio para poder salir yo también al trabajo, lo que obviamente suponía que todos ellos, desde mucho tiempo atrás, sabían muy bien que yo necesitaba ese espacio para ello. Tomando en cuenta que además todos ellos habían ya mostrado de sobra que conocían muy bien la situación, eso lógicamente me hizo pensar que, casi seguramente (hasta haberlo confirmado por completo, un poco más), ese carro había sido puesto esta vez allí deliberadamente para estorbar; y, por supuesto, que ello estaba muy probablemente en relación causal con mis más recientes denuncias por Internet, y con que tan solo unas horas antes mis conexiones a Internet y telefónica, a través de MegaRed, habían sido cortadas arbitrariamente.
Enseguida de ver dicho carro obstruyendo, comencé a grabar video hacia la calle, desde la ventana del segundo piso de mi casa, y tomé desde allí varias fotos:
El siguiente video muestra las dos partes esenciales de esta grabación, desde el momento en que salgo a fin de ir a trabajar, a las 10:37 am, hasta el momento en que un empleado de INAPAM se lleva dicho carro, a las 12:01 pm. El audio de este video comienza 31 segundos después de haber iniciado el video. Esto se debe a que grabé el video y el audio separadamente. El video fue tomado con una webcam desde la ventana del segundo piso de mi casa; y el audio, con una micrograbadora portátil. Después integré el audio al video. En cuanto a las formas acortadas y otros términos de empleo local o regional, en su mayoría no registrados en el Diccionario de la Academia ni en el Diccionario del Colegio de México, y las formas alargadas, anoto entre paréntesis sinónimos de uso más extendido y registrado en diccionarios. Muchas de estas anotaciones pueden parecer innecesarias para mucha gente, incluso de otros países de habla hispana, porque pese a tal lejanía geográfica entienden lo que en tales casos se está diciendo; pero en realidad para tal inclusión he considerado también la necesidad de hacer el texto más claro para cualquier no hablante o insuficientemente de español que quiera traducirlo a su idioma con la ayuda de software y/o diccionario. Lo cual será útil incluso después de que este texto haya sido publicado también en inglés. Por otra parte, en lo hablado que aparece en esta grabación, hay algunas partes que no he entendido a qué palabras corresponden, y las he representado aquí en el texto con cinco guiones espaciados: - - - - - Acepto sugerencias en cuanto al posible significado, en rpatronz@gmail.com. Contenido de este video (excepción hecha de lo incluido en la tabla que más abajo intercalo): -10:37 Abro la reja de mi casa, me asomo hacia el lado derecho de la calle, veo que detrás de dicho carro negro está muy cerca estacionado el carro de Salvador Gaeta Ibarra, de modo que tampoco por allí puedo bajar de la banqueta la carretilla. Comienzo a grabar audio con la micrograbadora, que llevo en la mano derecha, y regreso adentro de mi casa. Dejo el candado en una jardinera y salgo de nuevo, hacia el lado izquierdo de mi casa, a ver si sería posible meter los libros en la carretilla sobre la banqueta y luego bajar esta con los libros por la pequeña rampa que hay ante la puerta de INAPAM; pero veo que, por la forma de esa rampa, eso no sería posible, y regreso adentro de mi casa. Me sujeto al pantalón las llaves de la casa, mediante un cordón y un broche, y regreso afuera. -10:38 Entro a INAPAM y enseguida me paro ante el primer privado que hay allí, al lado derecho, en que están María Elena Ríos, coordinadora de INAPAM en Mazatlán, y cuando menos otra persona. Roberto Patrón Zepeda: Buenos días María Elena Ríos Elizalde: Buenos días. Pásele. Roberto Patrón Zepeda: ¿Cómo se llama usted? María Elena Ríos Elizalde: "María Elena" Roberto Patrón Zepeda: Aaaah, usted... usted ya tiene mucho tiempo aquí ¿verdad? María Elena Ríos Elizalde: Sí, las cuatro administraciones del licenciado Higuera. Roberto Patrón Zepeda: Ah, ¿cada vez que regresa él, regresa usted? Ah, con razón. María Elena Ríos Elizalde: Sí, a ver... Roberto Patrón Zepeda: Me tocó hace varios años platicar con usted, en el... María Elena Ríos Elizalde: ¿Mande? Roberto Patrón Zepeda: Hace varios años platiqué con usted... eeh... María Elena Ríos Elizalde: ¿Sobre...? Roberto Patrón Zepeda: Platiqueé... (Platiqué) no recuerdo exactamente cuándo, creo que fue a finales del dos mil... ocho. O a lo mejor, ya ni se acuerda ¿verdad? Estaba por salir... María Elena Ríos Elizalde: Sí Roberto Patrón Zepeda: Creo que iban, iba a entrar otra administración. Y usted estaba recogiendo las cosas. Fue a... finales de diciembre. María Elena Ríos Elizalde: Sí Roberto Patrón Zepeda: Ah, nada más quería preguntarle una cosa, ¿no sabe de quién es el automóvil negro que está allí fuera, un Comfort negro. María Elena Ríos Elizalde: Pásele y pregunte... aquí a las personas que están. ¿Le está estorbando? Roberto Patrón Zepeda: Es que necesito sacar unos libros, un ratito nada más, unos... cinco minutos, cuando mucho. Necesito espacio para poder sacar unos libros, en un diablo (carretilla de dos ruedas). ¿De acuerdo? Necesito poder llevarlos a vender. María Elena Ríos Elizalde: Bueno, pase y pregúntele a los señores que están sentados, a ver de quién es el carro. Roberto Patrón Zepeda: Okey, gracias. María Elena Ríos Elizalde: Ándele, sí, para servirle. Roberto Patrón Zepeda: ¿No sabe de quién es, un automóvil negro que está aquí enseguida? dirigiéndome a uno de los empleados de INAPAM que estaban allí sentados. Empleado de INAPAM: ¿Cómo? Roberto Patrón Zepeda: ¿Un automóvil negro Comfort, marca Comfort, que está aquí enseguida de ustedes? Empleado de INAPAM: A ver voy a ver. Se levanta, y unos momentos después sale y salgo con él a la banqueta. Roberto Patrón Zepeda: - - - - - - - - - - Este automóvil negro apuntando hacia el carro en cuestión. Empleado de INAPAM: ¿Este chiquito? Roberto Patrón Zepeda: Sí. Estaba pensando que a lo mejor es de alguien que trabaja aquí. Empleado de INAPAM: Ay, quién sabe. Roberto Patrón Zepeda: Me parece como que ya lo había visto, antes. Empleado de INAPAM: Mmmmmmm. No te... no sé de quién... el de atrás sí, pero éste no sé de quién, ¿por qué? ¿Le, le estorba o qué? Roberto Patrón Zepeda: Lo que pasa es que necesito sacar unos libros ahorita. Para así sacarlos, y ponerlos ahí, en un diablo. Empleado de INAPAM: Ajá Roberto Patrón Zepeda: Porque son muchos, y está muy pesado, o sea por aquí no los puedo bajar. Empleado de INAPAM: No Roberto Patrón Zepeda: Porque el diablo está muy pesado. Una señora acompañada por otras dos personas llega y pregunta por un domicilio. Dicho empleado de INAPAM le da indicaciones y regresa adentro de las oficinas. Yo regreso adentro también de INAPAM, a fin de preguntar a alguna otra persona. Me paro ante una empleada, que ya antes había escuchado mi pregunta sobre el carro, con el fin de ver si ella me dice algo al respecto. Empleada de INAPAM: ¿Este cargo es 2 3 0 1 (2301)? ¿Es 2 13? Mirando hacia un segundo empleado de INAPAM ¿Es del hijo? Dirigiéndose ahora a mí. Roberto Patrón Zepeda: Es un, es uno de marca Comfort. Empleado de INAPAM: No, el de, el, el carro de Gaeta, el del, hijo del ingeniero, no puede ser... Empleada de INAPAM: Ah, entonces no. Empleado de INAPAM: Quién sabe de quién sea. Empleada de INAPAM: Ey Empleado de INAPAM: Porque el del hijo del ingeniero es más nuevo. Porque el del hijo del ingeniero, eeh, del ingeniero de enfrente, es más nuevo y es más, es más nuevo y más grande. -10:44 Enseguida salgo de INAPAM y camino hasta la parte posterior al carro de Salvador Gaeta Ibarra para ver si por allí hay espacio para bajar la carretilla. -10:45 Regreso adentro de mi casa. Poco después regreso afuera con una cámara y tomo algunas fotos por detrás y por un costado al carro negro Comfort (de placas VJF-52-35): -10:48 Saco la carretilla, la bajo de la banqueta por detrás del carro de Salvador Gaeta Ibarra, y la pongo en doble fila, entre el carro Chevy Comfort negro y los carros que pasan, con el riesgo de que alguno de estos carros me atropelle a mí y/o a la carretilla y los libros.. -10:49 Saco las cosas a la carretilla por entre los carros Comfort y de delante que están obstruyéndome la salida, a riesgo de accidentalmente golpear alguno de esos carros con las cosas que estoy sacando, y que, encima de haber cometido el abuso de obstruirme la salida, me quieran cobrar el daño que por ese estorbo en realidad ellos mismos se habrían causado. -10:50 Mientras estoy dentro de mi casa, sacando las cosas que voy llevar a la UAS, pasa una empleada de INAPAM, que no recuerdo haber visto antes, pero que después de este día vi varias otras veces por aquí, y por unos momentos se asoma a mi casa. Salvador Gaeta Flores enseguida de ver eso sale de la casa de enfrente, mientras yo sigo sacando cosas a la carretilla. -10:51 María de Jesús Ibarra de Gaeta (alias "Jesusita") sale también a la entrada de la casa en que vive, se asoma afuera y regresa adentro. -11:02 Una vecina pasa y nos saludamos. Unos segundos después, un empleado de INAPAM que estaba en la banqueta de esa oficina, reacciona a ello silbando melodiosamente. -11:06-11:07 Mientras estoy saliendo de mi casa, pasa el vendedor de periódicos, en la bicicleta, en dirección a la calle Carvajal y luego en dirección a la Rosales, voceando con altavoz una grabación de las noticias de este día. -11:07 María de Jesús Ibarra de Gaeta reacciona a ello saliendo segundos después otra vez hasta la entrada de la casa en que vive; se asoma otra vez afuera y regresa adentro. Segundos después, dicho empleado de INAPAM comienza otra vez a chiflar una melodiosamente. -11:08 La empleada de INAPAM que a las 10:50 pasó y se asomó hacia dentro de mi casa, pasa otra vez y comienza a hacerme plática. Unos segundos después, Salvador Gaeta Ibarra reacciona a esto saliendo a la entrada de la casa en que vive. Permanece allí un rato y regresa adentro. Conchita (empleada de INAPAM): Oiga, ¿usté (usted) es Daniel? Roberto Patrón Zepeda: No Conchita (empleada de INAPAM): ¿No? Roberto Patrón Zepeda: No, ¿por qué, lo buscas, a él? Conchita (empleada de INAPAM): Pero ¿usté (usted) e (es) el dueño de ahí? Roberto Patrón Zepeda: Sí, yo Conchita (empleada de INAPAM): ¿Usté (Usted)? Roberto Patrón Zepeda: Sí Conchita (empleada de INAPAM): ¿Es hermano de él? Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): Aaah, ¿y ahí vive usté (usted)? Roberto Patrón Zepeda: Sí Conchita (empleada de INAPAM): Aaah. No nomás, es que yo una vez le hablé a él, pa' (para) ver si rentaba la casa. Roberto Patrón Zepeda: Aaaah Conchita (empleada de INAPAM): Como yo trabajo aquí... apuntando hacia INAPAM. Roberto Patrón Zepeda: Ah, ¿tú trabajas aquí, enseguida? Conchita (empleada de INAPAM): Hago el aseo, y una vez le pregunté y dice. Me dice que por él no había problema, pero como eran varios hermanos... Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): ...que él no podía decidir solo. Roberto Patrón Zepeda: Aaaah Conchita (empleada de INAPAM): Y que si no con mucho gusto, dice. Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): Es que nosotros como fuimos al seguro - - - - - - - - - -, por la maestra María Elena, pues... Roberto Patrón Zepeda: Sí Conchita (empleada de INAPAM): Y ahí, pero, pos (pues), ya hace cuánto... Roberto Patrón Zepeda: Sí, hace, hace como ocho años. Conchita (empleada de INAPAM): ¿Y ya se va o...? Roberto Patrón Zepeda: Sí, ahorita voy a llevar unos libros. Conchita (empleada de INAPAM): Aaah Roberto Patrón Zepeda: Lo que pasa es que yo vendo libros. Conchita (empleada de INAPAM): Aah Roberto Patrón Zepeda: Y los voy a llevar a donde los vendo. Conchita (empleada de INAPAM): Aaah Roberto Patrón Zepeda: Ey Conchita (empleada de INAPAM): ¿Y usté (usted) se vino pa' (para) acá? Roberto Patrón Zepeda: Ajá, sí yo estoy viviendo aquí. Conchita (empleada de INAPAM): Aaah, pos (pues) ta (está) bien entonces. Roberto Patrón Zepeda: Ey, sí el dueño de la casa soy yo, pero no, no la puedo rentar porque la estoy ocupando. Salvador Gaeta Ibarra sale otra vez a la entrada de la casa de enfrente. Conchita (empleada de INAPAM): Ah, no, no, está bien, no; es su casa, usted lo dijo. Roberto Patrón Zepeda: Okey Conchita (empleada de INAPAM): Ah, bueno, con permiso. Roberto Patrón Zepeda: Hasta luego -11:09 Conchita (empleada de INAPAM) se va, en dirección a INAPAM. Enseguida continúo preparando las cosas que voy a llevar a vender, dicho empleado de INAPAM vuelve a silbar un poco más y Salvador Gaeta Ibarra regresa adentro de la casa. Unos segundos después, éste vuelve a la entrada de la casa por un momento y luego regresa otra vez adentro. -11:10 Conchita regresa a donde estoy y vuelve a hacerme plática: Conchita (empleada de INAPAM): Lo que está ahí afuera, eso, ¿lo va a tirar? en voz baja, en referencia a mercancía y algunas otras cosas de Norma (mi hermana) que hace algunos meses saqué a la parte frontal, no techada y visible desde fuera, de mi casa, por haberla ella mantenido sin mi permiso y abusivamente dentro de mi casa desde hace muchos años. Salvador Gaeta Ibarra vuelve a salir a la entrada de la casa, y esta vez abre la reja y se sienta allí, de cara hacia donde estamos Conchita y yo platicando. Roberto Patrón Zepeda: Eeeh, mmm, lo que pasa es que tengo que deshacer de ello. No sé, no sé si lo voy a tirar, o lo voy a... Es que en realidad lo único que puedo hacer es tirarlo. Conchita (empleada de INAPAM): No, yo lo decía porque, si la maestra por ejemplo a veces está ahí, como a mí me pasaron un terrenito, es que yo no tengo casa... Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): Y ahora por eso platicaba yo con Daniel, porque - - - - - trabaja en el banco, en el, Bancomer, no me acuerdo bien. Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): Y ya, o sea, pos (pues), es más de hecho no lo conozco personalmente, más que por teléfono. Roberto Patrón Zepeda: Sí Conchita (empleada de INAPAM): Ya empezamos a platicar y esto. Me dice "necesito hablar con mis hermanos, a ver qué me dicen". Ya, me empezó a hablar de eso. Es que yo tengo 24 años rentando. Ya me enfadé. Bueno, pero igual yo le había comentado de eso porque me quedaba igual que, o sea, en el trabajo ¿no? Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): Y ya, pues total, ya al último me dice "ire (mire), sabe qué, la verdad, eh, mis hermanos, algunos que otros no están de acuerdo", dice y, "y la verdad pos ya ahí no puedo hacer nada y no quiero... estar mal con ellos", dice, "para qué", dice. "Ah, no, no, está bien, eeh, en la familia nunca debemos estar mal, chulo, porque es lo primero", le digo, "cuidar la familia", - - - - - - - - - -. Y es que lo que pasa es que a mí me pasaron un terrenito. De hecho, tengo un terreno; está chico, está... pelón, no tengo nada. Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): Pero, necesito yo conseguir madera, para ir... o sea, formando el cuadrito, como quien dice, ¿no? Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): O sea - - - - - porque, estoy rayando bien poquito, hijo. Roberto Patrón Zepeda: Sí Conchita (empleada de INAPAM): Bien poquito, pue (pues), y... y ni chaza de, de pedirle al muchacho, o sea, hay un muchacho que me puede fiar la madera, pero yo la verdad orita (ahorita) no quiero quedar mal. Yo, por mi parte, ya sería, como para en diciembre, que empiece yo a cobrar bien, pues por lo mismo, porque, estoy rayando poquito porque, haz de cuenta pura renta, renta, agua, luz y renta, ay no. Roberto Patrón Zepeda: Ah Conchita (empleada de INAPAM): Y orita (ahorita) mi marido, lo peor del caso es que está sin, chamba, pues. Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): Y luego acaba de nacer un nieto, ahorita, pa' (para) acabarla, aparte. No, son muchas cosas. Y dije "primero le vo (voy) a preguntar", dije, "a ver si..." Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): ...en el caso raro que no las ocupara, pues... Roberto Patrón Zepeda: Ajá. Ah, entonces, y, a ver, y, y en cuanto a lo otro de la, cuando le preguntaste que si rentaba la casa... Conchita (empleada de INAPAM): No, me dice que si lo... le,,, que, que él había platicado con los hermanos, según él así me dijo, y que algunos no estaban de acuerdo. Ah, no, está bien, le dije. "Yo creo que lo más probable es no", me dijo. Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): No, pero, me atendió muy bien eh, muy amable el muchacho. A pesar de que no me conoce ni lo conozco, pero, sí, él me dijo que, no, que porque - - - - - - - - - - no estaban de acuerdo. - - - - - - - - - - pero pues igual, ya - - - - -, más que nada usté (usted) es el dueño, ¿veá (verdad)? Roberto Patrón Zepeda: ¿Y eso hace cuánto fue, hace cuánto tiempo - - - - -? Conchita (empleada de INAPAM): - - - - - que fue..., creo que sí fue el año pasado... Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): O... o... este año. Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): Y des.. haz de cuenta que me decía, "hábleme, eh, pa' (para) tal fecha", me decía, así, a lo larguito, pues; y ya po al último le dije "sabe que, me da vergüenza estarle hablando, me, mejor dígame si, si puede o no" le dije, y ya le empecé a decir que aquí vivía, a, y, y, que trabajaba yo enseguida, y la casa me gustó, pues, - - - - - hice medio nivel, y ya tengo dos, dos plebes grandes, "y nada más seríamos cuatro", le digo, y... "y me gustó", le digo, "porque está céntrico, y estaá... (está...), pos (pues) a un, a un ladito está mi trabajo", le digo yo. Roberto Patrón Zepeda: Ajá Conchita (empleada de INAPAM): Y ya, me dijo, y, no pos (pues) ya - - - - -, pero sí se portó muy bien, el muchacho. Roberto Patrón Zepeda: ¿En el 2012 o... este año...? Conchita (empleada de INAPAM): Pos (Pues) no me acuerdo si, casi a finales del año pasado... Roberto Patrón Zepeda: ¿El 2012? Conchita (empleada de INAPAM): Y ya, ya me dijo, ay, sí, se me hace que sí; me dijo, "ire (mire), hábleme, en enero, pa' (para) la primera o segunda de enero", algo así me dijo, y ya después me dijo "ire (mire) ya - - - - - para decirle si sí o si no, hábleme la primera semana de, de febrero, algo así parece que me dijo, y ya fue cuando ya... me dijo él ya, que, que no, no podía, que porque... los hermanos no estaban de acuerdo, ¿o usté (usted) es Daniel? Roberto Patrón Zepeda: No, no; no yo me llamo "Roberto", "Roberto". Conchita (empleada de INAPAM): Aah. Sí, pues me atendió muy bien, fíjese, a pesar, y le pregunté que, y hasta sudaba y me ponía nerviosa, porque - - - - -, pobrecito, no me va a contestar bien, ¿no? Pues es cada quien ¿veá (verdad)? Cada quien tiene su modo, también ¿veá (verdad)? Pero ahorita que se me prendió el foco, me voy a poner, "ay", dije, "le vo (voy) a preguntar al muchacho", dije, a ver si, va a tirar las cosas. Roberto Patrón Zepeda: Mira, lo que puedo hacer es, eeeeh, o sea, lo que yo puedo hacer es, es, deshacerme de ellas, pero no las quiero vender, no las voy a vender. Entonces lo que puedo hacer es tirarlas. Conchita (empleada de INAPAM): Umjú Roberto Patrón Zepeda: Pero... -11:14 El vendedor de periódicos pasa otra vez en la bicicleta, en dirección a la calle Rosales; al tiempo que pasa y voltea hacia la puerta de mi casa, suena el claxon, y al pasar por donde Salvador Gaeta Ibarra está sentado en actitud amenazadora, agacha la cabeza, como en muestra de sumisión hacia él. Roberto Patrón Zepeda: ...a mí no me conviene mucho tirarlas, en el sentido de, de sacarlas cuando pase el camión de la basura, porque si hago eso, los del camión de la basura me van a cobrar por... Conchita (empleada de INAPAM): Cobrar, así es, cierto. Roberto Patrón Zepeda: Porque... Conchita (empleada de INAPAM): Digo, porque ya ve que ahorita es negocio... Roberto Patrón Zepeda: Sí, sí, es un negocio, y además, aunque ellos se quedarían con ello, de todas maneras, ellos dicen "no, no, no, esto lo llevamos a tirar". -11:15 El vendedor de periódicos llega del lado de la calle Antonio Rosales a donde Salvador Gaeta Ibarra está todavía sentado, se detiene y platica con éste. Conchita (empleada de INAPAM): Así es. Roberto Patrón Zepeda: Se quedan con ellos y me cobran, aun así. Conchita (empleada de INAPAM): Usté (Usted) si... Roberto Patrón Zepeda: Pero... Conchita (empleada de INAPAM): ...decide tirarlos, o no sé... Roberto Patrón Zepeda: Pero... Conchita (empleada de INAPAM): Ya ve cómo les está lloviendo... Roberto Patrón Zepeda: Sí, les está lloviendo y se están echando a perder. Algunas cosas ya están inservibles. Conchita (empleada de INAPAM): No, pos (pues) si se decide me, me dice. Roberto Patrón Zepeda: Lo que pasa es que ya van varias personas que me dicen. Conchita (empleada de INAPAM): ¿Sí? Roberto Patrón Zepeda: Sí, ya van varias personas que me dicen. Conchita (empleada de INAPAM): Po (Pues) amo (vamos) a ver quién pega el chicle. ¿O no? Roberto Patrón Zepeda: Entrego una parte a una y otra parte a otra. Conchita (empleada de INAPAM): ¿Mande? Roberto Patrón Zepeda: A lo mejor les entrego una parte a una y otra parte a otra. Conchita (empleada de INAPAM): ¿Verdá (Verdad)? Porque luego se - - - - - después. Aguzado con las culebras, con las iguanas, digo, si es que no les tiene miedo, ¿veá? (¿verdad?) Roberto Patrón Zepeda: Ey Conchita (empleada de INAPAM): Ah, pos (pues) usté (usted) sabe, ai (ahí) me dice. Roberto Patrón Zepeda: Okey Conchita (empleada de INAPAM): Yo me llamo Conchita, aquí trabajo. Roberto Patrón Zepeda: ¿Tienes poco tiempo trabajando aquí? Conchita (empleada de INAPAM): No, tengo 15 años. Roberto Patrón Zepeda: Ah, ¡¿15 años?! Conchita (empleada de INAPAM): Sííí (Sí). Nomás que me cambian de un lado, para otro, pero orita (ahorita) ya estoy máj (más) o menos como quen dice de planta aquí. -11:15 El vendedor de periódicos se va, en dirección a la calle Rosales. Roberto Patrón Zepeda: Ah, pero ¿tienes poco aquí en este edificio? O sea... Conchita (empleada de INAPAM): Yo, en cuando entré, entré en la pura oficina central Roberto Patrón Zepeda: Aah Conchita (empleada de INAPAM): Pero aquí, sí, ya tengooo... no pos (pues) ya pasé del año. Roberto Patrón Zepeda: Ah, hace poquito. Conchita (empleada de INAPAM): Ya tengo quince años trabajando; la administración que ha entrado, aunque sea no he salido, bendito Dios; ya ve que, que un cambio de administración... Roberto Patrón Zepeda: Sí Conchita (empleada de INAPAM): ...y ni una vez he salido, bendito Dios. Mi Dios ha sido muy grande, que por lo menos, por ese lado me ha socorrido, que no he salido en ninguna administración. Roberto Patrón Zepeda: Pero eres de confianza ¿no? Conchita (empleada de INAPAM): Somos de confianza, sí. Los empleos de los sindicalizados son los mejores; pero a nosotros sí nos pueden dar cuello (despedir). Pero no, fíjese que, la admi, las administraciones en las que yo he estado, bendito Dios, ni una me ha sacado hasta ahorita. Roberto Patrón Zepeda: Qué bueno Conchita (empleada de INAPAM): Bendito Dios. Espero en Dios, que sigamos adelante. Y ahorita vengo, nomás que ahorita estaba allá en la Casa Diurna, y cuando iba lo vi que estaba allá adentro, - - - - -, ya que salga, le echo el grito, pues. Me da vergüenza, pero le voy a decir, dije yo. Roberto Patrón Zepeda: Okey Conchita (empleada de INAPAM): Ya está, pos (pues) si se decide ahí me echa un grito. Nomás que nosotros estamos de lunes a viernes. Ya los, mañana y pasado no trabajamos, hasta el lunes si Dios quiere. Ah, pues si se decide me dice, oiga. - - - - - un parote (favorzote, gran favor), la verdad, eh, porque no te, haz de cuenta es un, pues un terreno pelón, pues, sin nada; y apenas, es más invadieron, de hecho yo voy así a lo retiradito porque, eh, cómo le diré, o sea no podemos hacer cuartos todavía. Lo que sí podemos hacer la, llevar madera y dividir na (nada) más lo que es el pedazo, pues. -11:16 Mientras Conchita decía lo anterior, Salvador Gaeta Flores llega del lado de la calle Carvajal y entra a la casa de enfrente, en que vive. Roberto Patrón Zepeda: Umjú Conchita (empleada de INAPAM): O sea no está como para, para techar, o para que láminas porque como haz de cuenta que hay como una marisma. Roberto Patrón Zepeda: Umjú Conchita (empleada de INAPAM): Entonces eso se tiene que cortar, pues, y al parecer el Felton nos va a ayudar. Ay, es que, a veces, no quiero decir, porque, aaay, tengo una mala suerte, hijo... Pero - - - - - - - - - - todo va estar bien y me va, y Dios me va a socorrer. ¿Vedá (Verdad)? Roberto Patrón Zepeda: Qué bueno, ojalá. Conchita (empleada de INAPAM): ¿Sí o no? Roberto Patrón Zepeda: Sí Conchita (empleada de INAPAM): Hay que tener mucha fe en... y pos (pues) que sea lo que Dios quiera ¿no? - - - - - Entonces le encargo, oiga. No se le olvide. Roberto Patrón Zepeda: Uno de estos días, el lunes ya voy a ver eso. En estos días. Conchita (empleada de INAPAM): Ah, po (pues) ai (ahí) me echa el grito. Roberto Patrón Zepeda: Okey, Conchita, luego platicamos entonces. Conchita (empleada de INAPAM): Que le vaya muy bien. Roberto Patrón Zepeda: Igualmente -11:17 Conchita se va e dirección a INAPAM y yo continúo preparando las cosas que voy a llevar a la UAS. -11:18 Me voy hacia la UAS, a vender libros. Al pasar por un lado de Salvador Gaeta Ibarra, que todavía estaba sentado en la entrada de la casa de enfrente, lo miro y me dice "¿qué me ves, putito?". Debido al ruido producido por mis pasos, la distancia entre él y yo y que no lo dijo en voz muy alta, esto no se escucha muy claramente en la grabación. A continuación muestro exclusivamente esa parte del audio (2 segundos de duración), y enseguida esa misma parte a velocidad un poco menor (y por lo tanto con tono un poco más grave): Segundos después, Salvador Gaeta Ibarra se levanta, se vuelve de frente hacia donde voy, toma con ambas manos los extremos inferiores de su camisa y los baja bruscamente, dejando ver su enojo de muy larga data en mi contra por haber denunciado por Internet algunos de sus prácticamente incontables abusos. Y atizado ahora por hecho de incluso haber platicado este día, en plan respetuoso y hasta amistoso sinceramente de mi parte, con alguien de INAPAM. Salvador Francisco Gaeta permanece un rato así, de frente a donde voy. -11:19 María de Jesús Ibarra de Gaeta sale hasta la entrada de la casa en que vive, se asoma hacia fuera y platica con su hijo Salvador Gaeta Ibarra, mientras éste señala repetidas veces hacia donde voy. -11:20 Cuando llego a la calle Francisco Villa doy vuelta en dirección a la calle Ángel Flores, y una vecina y yo nos saludamos; Salvador Gaeta Ibarra y su madre me pierden entonces de vista. Momentos más tarde, ella y después él vuelven a dentro de la casa. -11:21 Salvador Gaeta Ibarra sale de la casa hacia su carro, estacionado detrás de dicho carro Chevy Comfort. Momentos después se detiene la grabación de audio, al llenarse la memoria. En estos días, y desde mucho tiempo atrás, con frecuencia tuve muchas limitaciones con las grabaciones de audio (y también con las de video), debido a que por el hecho de que la micrograbadora digital que siempre usaba, una Sony ICD-B500, no usa pilas recargables, no puede conectarse a la corriente eléctrica, ni a eliminador de baterías, y no incluye la opción de transferir por cable USB a una computadora las grabaciones, sino sólo por cable de audio, es decir, reproduciendo, completa, cada grabación y regrabándola en la computadora, lo que implica doble gasto de baterías. El alto costo de esto en baterías y en tiempo, hacía que con frecuencia trajera la memoria de la micrograbadora casi por completo llena, y aunque también por entonces siempre grababa audio al salir de mi casa o llegar, con mucha frecuencia lo hacía con tan poco espacio en la memoria, que sólo alcanzaba a grabarse un breve tiempo en muchos de esos casos, como este día ocurrió. Poco después de la agresión que Salvador Gaeta Ibarra cometió otra vez en mi contra, ahora este día, compré un teléfono celular (el 16 de septiembre), con el que he resuelto ese problema por completo. -11:22 Salvador Gaeta Ibarra se va en dicho carro detrás de mí. -11:23 Salvador Gaeta Flores sale de la casa de enfrente, camina en dirección a la calle Rosales y unos segundos después pasa de prisa hacia el lugar de la calle en que usualmente deja su bicicleta.
-11:24 Salvador Gaeta Flores se va en la bicicleta en dirección a la calle Rosales, muy probablemente a tratar de evitar que su hijo cometa otra agresión tan seria que pueda resultar perjudicado también él. -11:31 Instantes antes de llegar Salvador Gaeta Ibarra a donde abusivamente tiene por costumbre familiar estacionarse (sobre la banqueta, en su mayor parte), un muchacho se para exactamente en tal lugar, y Salvador Gaeta Ibarra lo obliga a quitarse no deteniendo su carro. Se estaciona sobre la banqueta, y entra a la casa en que vive. He omitido en este video la parte entre las 11:31 y las 12:00 am, debido a no contener nada muy relevante a los temas principalmente tratados en esta página. Sin embargo, en otro archivo en cuanto a muchos de los casi innumerables abusos cometidos por Salvador Francisco Gaeta Ibarra, pienso publicar varios segmentos de este video de entre esas horas y horas posteriores, en que aparecen personas pasando y bajándose forzosamente de la banqueta sólo porque Salvador Gaeta Ibarra, simplemente para su comodidad, se estaciona a diario sobre la banqueta. -12:00 Un muchacho, que trabaja en INAPAM haciendo el aseo, llega del lado de esa oficina hasta el carro Chevy Comfort negro, al tiempo que Salvador Gaeta Flores se dirige a la reja de la casa en que vive. Lo que significa, desde luego, que primero salió de INAPAM tal muchacho e inmediatamente después Salvador Gaeta Flores se dirigió a la entrada de la casa en que vive. Segundos después, Conchita llega a donde el muchacho, y enseguida Salvador Gaeta Flores sale de su casa y se va en dirección a donde deja su bicicleta. Conchita platica brevemente con el muchacho, con tal proximidad física y ademanes que es notorio que tiene con él una relación de relativa cercanía; enseguida regresa en dirección a donde trabaja, y su compañero se lleva el Comfort negro. Con esto, se hizo evidente que ese carro, tal como yo suponía, pertenece a alguien de INAPAM, o a INAPAM mismo, y que su dueño o regular usuario, a fin de evitar ser videograbado, envió a ese muchacho a llevarse el carro. A partir de este día, y mientras yo continuaba privado, abusivamente, de mis conexiones a Internet y telefónica y bregaba por recuperarlas, teniendo serias pérdidas por todo ello, María Elena Ríos Elizalde e INAPAM sistemáticamente me bloquearon la salida estacionado carros fuera de mi casa con tan contrastante frecuencia con respecto a lo normal antes de este día, que fue muy evidente que estaban haciéndolo con el propósito de disuadirme de continuar denunciando por Internet el homicidio de mi padre, cometido por María Elena Ríos Elizalde e INAPAM en complicidad con mis hermanos y hermanas. Lo más indignante y abyecto de estos múltiples intentos de censura, es que puesto que no comenzaron una vez que yo hubiera señalado alguna vez a María Elena Ríos Elizalde e INAPAM como en parte culpables de dicho homicidio, sino solamente habiendo señalado a mis hermanos y hermanas, la censura que María Elena Ríos e INAPAM han estado intentando, muy infructuosamente, tiene el obvio propósito de acallar completamente mis denuncias, de tal modo que ni siquiera me refiera a mis hermanos(as) como culpables y ni mencione el tema en absoluto públicamente y ante nadie. Y ello, por supuesto, implica un intento, por parte de María Elena Ríos Elizalde e INAPAM, de encubrimiento incluso de la culpabilidad que de esa muerte tan injusta tuvieron todos mis hermanos; es decir es un intento de encubrimiento de nueve homicidas más, aparte de María Elena Ríos misma y las demás personas de INAPAM que participaron en su comisión o lo permitieron. Son intentos de encubrimiento de más de 10 homicidas, estos que están realizando INAPAM y María Elena Ríos, con los recursos de los ciudadanos, como si se les pagara para matar prepotentemente y luego enterrar con igual prepotencia cualquier evidencia y testimonio de ello. Desde luego, la gravedad de la impunidad de un homicidio es tanto mayor cuanto mayor es el número de homicidas que lo cometieron. Ello implica, evidentemente, un desprecio y pisoteo extremados, con descaro máximo, de los derechos más fundamentales en la vida. Y para colmo de lo absurdo, lo ridículo y lo insultante a la cordura, quienes lo vienen cometiendo a la vez se ostentan, con hipocresía pasmosa, como gente que trabaja en beneficio de la vida y la familia, cuando en realidad no son más que una vil partida de la más abyecta escoria que puede existir, de viles homicidas y, además, a ultranza encubridores de la muerte más injusta imaginable, que es la que se inflige por abuso de un poder comparativamente extremo en alguien extremadamente débil en comparación; como fue, exactamente, el caso de INAPAM y María Elena Ríos sobre mi anciano, enfermo y muy debilitado padre. Como si eso fuera poco, en lo personal y como ser humano me indigna en extremo también que ello implica además la inefable injusticia de que por callar tal homicidio y dejar de señalar como culpables hasta a mis hermanos, me vea yo obligado a callar también las muchas otras extremadas injusticias que éstos cometieron en mi contra, con el mismo abyecto móvil con que María Elena Ríos Elizalde, INAPAM y el DIF están ahora tratando de censurarme: callar el extremadamente injusto homicidio que en complicidad todos ellos cometieron contra mi padre. En cuanto a Salvador Gaeta Ibarra, muy probablemente por temor a alguna represalia de mi parte, no volví a verlo durante meses por aquí, por donde vivo y por donde él vivía con sus padres, enfrente de mi casa. Semanas después, en un perfil suyo en Facebook a nombre de "Salvador Gaeta" vi que el primer post que aparece después del 30 de agosto, tiene fecha del 3 de septiembre de 2013, diciendo que está en un centro comercial en la ciudad de México, y después de esa fecha aparecen otros muchos posts con fotos en que él aparece en Europa.
La relativa cohesión o alianza que evidentemente hay y ha habido entre mis hermanos y hermanas cuando menos desde la comisión de ese crimen de 2005, hace suponer lógicamente que todos ellos y no sólo los que materialmente participaron en ese fatal abandono muy probablemente estuvieron, previamente, durante y después, de acuerdo con la comisión de ese grave abuso y delito. Tres de mis hermanos, Sergio, Jorge y Juan, podrían tratar de hacer creer no haber estado suficientemente enterados de lo que realmente sucedía, alegando su relativamente menor cercanía a los autores directos que la que hubo entre éstos; territorial y afectiva en el caso de Sergio, debido, la física, a vivir éste en Toluca cuando menos por entones; principalmente afectiva en el caso de Juan, pese, o debido, a vivir éste también en Mazatlán; y principalmente territorial en el caso de Jorge, quien por entonces como hasta la fecha ha vivido en Tijuana. (Aunque César actualmente vive en Culiacán, por entonces vivía en Mazatlán.) Sin embargo, Jorge y Juan de manera totalmente irracional, injusta e inexcusable, actuaron en mi contra abiertamente y en concordancia con otros de mis hermanos luego de dicho parricidio, de modo tal que, sobre todo en el caso de Jorge, no puede encontrarse de manera razonable para ello ninguna otra explicación que la de conducirse motivado por una deliberada y visiblemente obstinada por largo tiempo en el caso de Jorge pretensión de acallar mi totalmente previsible (con base en el claro conocimiento en cada uno de ellos de mi honestidad a ultranza) indignación ante la comisión de ese grave delito. Por otra parte, Sergio es desde hace cuando menos muchos años (décadas, y tal vez desde siempre) de conductas de una calidad moral extraordinariamente equivocada y baja en relación con las demás personas; lo cual es sin duda muy bien conocido también por todos los demás de entre quienes debido a tratarlo de cerca lo suficiente hemos tenido el desagrado o, en otras personas, el agrado comprado con dádivas, o tal vez incluso algún placer de índole masoquista. Y es por esto que no sería en absoluto de extrañar que él, especialmente él, hubiera estado del todo enterado como evidentemente ya lo está desde hace algunos días suficientemente y de acuerdo con el tipo de muerte infligida a nuestro propio padre.
En muchos de los párrafos que presento a continuación no voy a ser tan directo como lo sería si estuviera escribiéndolos ahora, pues los escribí en 2007, aunque por entonces no lo envié a ninguna organización de defensa de los derechos humanos. No hay nada más peligroso para uno mismo que el ser pobre y honesto al mismo tiempo, y no hay nada más peligroso para los demás que quienes son poderosos y deshonestos al mismo tiempo; y el problema es mucho más grande (para quien se encuentra en el primer caso) cuando estos dos males se presentan juntos, como en mi caso dentro de un país como éste. Un elevado grado de sensibilidad, es una de las peores desgracias que puede llegar a padecer cualquier persona que vive en un lugar como éste; dicho de otra forma: una de las peores desgracias que puede llegar a padecer cualquier persona con un elevado grado de sensibilidad, es vivir en un lugar como éste. Especialmente si es una persona pobre. Esto se debe a que en un lugar en que predomina un grado de sensibilidad muy bajo, la sensibilidad comúnmente es vista como una debilidad y como algo ridículo, extravagante. Esa típica y errónea identificación de la sensibilidad con la debilidad, es muy peligrosa (para la persona sensible) en un país en el que el sistema de justicia es tan corrupto, que es posible decir que la única forma de ser respetado por los demás es no pareciendo débil ante ellos. Es cierto que todos estos problemas cualitativos existen en todo el mundo, en cualquier país; lo que hace que esto sea un problema muy serio en México, y en muchos otros países, es el aspecto cuantitativo, la abundancia de esa forma de conducta, que es la norma y no la excepción. Aun cuando en los países desarrollados mucha gente sólo respeta a los demás si se le obliga a ello, allí las formas de lograr esa obligación son muy diferentes de las que prevalecen en países como México. Si tú vives en un país desarrollado y un vecino envía a su perro a defecar en la banqueta de la casa donde vives y tú no lo denuncias, es probable que después otros vecinos cometan también contra ti ese mismo abuso. Pero si lo denuncias, es muy probable que, aunque tu vecino tenga una posición económica mejor que la tuya, consigas una solución favorable. Ante ese mismo problema dentro de un país como México, la eficacia de la denuncia es casi nula si el vecino está en una posición económica mejor que la del denunciante, y por esto, en gran parte, las injusticias de todo tipo son aquí mucho más frecuentes. Tengo 7 hermanos y 2 hermanas (mi mamá murió hace muchos años); todos ellos tienen serios defectos de honestidad y sensibilidad: subordinan siempre sus acciones y palabras a intereses económicos o materiales, y por ello su conducta es tan cambiante como lo son las circunstancias y las perspectivas económicas de las personas con las que se relacionan; mienten con mucha frecuencia y con toda naturalidad; carecen de los más elementales principios morales, con ligeras diferencias entre sí. Por esto he estado distanciado de ellos desde hace más de 20 años. A continuación enlisto los nombres completos de cada uno de nosotros los hermanos Patrón Zepeda, en orden del primero al último en nacer (en cada caso de más de un nombre, subrayo el nombre por el que normalmente se llama a cada cual, y después incluyo entre paréntesis el acortamiento o hipocorístico en los casos en que se usa, o el nombre de casada): 1.- Leopoldo Arturo Patrón Zepeda ("Polo") 3.- Juan José Patrón Zepeda 4.- José César Patrón Zepeda ("Pepe") 5.- Jorge Alfredo Patrón Zepeda 6.- María Norma Patricia Patrón Zepeda (Norma Patrón de Amezcua) 7.- Sara María Patrón Zepeda 8.- Daniel Patrón Zepeda 9.- Roberto Patrón Zepeda 10.- Ricardo Patrón Zepeda En varias ocasiones he protestado debido a abusos que he padecido por parte de algunos vecinos y otras personas que, en vista de que aquí las leyes se aplican casi exclusivamente cuando favorecen a quienes tienen más dinero, se comportan ante personas como yo (es decir, en relaciones pobre-más pobre o rico-pobre) como si estuviéramos en la selva. En cada uno de estos casos, mientras algunas personas me han ayudado o me han dado la razón, todos mis hermanos se han puesto en mi contra. Aunque mis hermanos son muy ignorantes, cuatro de ellos son de un nivel económico alto, uno de ellos vive en este aspecto desahogadamente y cuatro son pobres, aunque mucho menos que yo. Por supuesto, hay mucha gente rica muy culta y mucha gente pobre muy ignorante. Si tú vives en un país democrático, verdaderamente democrático (no sólo en apariencia) y con alto grado de justicia y honestidad (por ejemplo, Inglaterra, Estados Unidos, Nueva Zelanda y muchos otros), estás acostumbrado a interactuar con un ambiente que es en muchos aspectos lo contrario de lo que sucede en países como México, extremadamente injustos y antidemocráticos (a veces en apariencia democráticos) o con democracias muy deficientes. Existe una proporción directa entre democracia, justicia y honestidad, por un lado, y, por el otro lado, el porcentaje de personas que son al mismo tiempo cultas y adineradas, dentro de cualquier sociedad. Esto ocurre hasta tal grado que mientras que en los países más justos y más honestos una gran cantidad de la gente culta es adinerada, en los países más deshonestos e injustos gran parte de la gente verdaderamente culta es pobre. Aquí, en México, la gente más culta y honesta que he conocido (y he conocido muchísima gente: adinerada, pobre, culta e ignorante), es pobre e incluso varios de ellos "viven" en albergues para indigentes. Entre estas personas he conocido gente que es mucho más honesta y más culta que cualquiera de mis hermanos, mientras varios de éstos "viven" en mansiones; y en este otro caso también entrecomillo, porque una existencia en la abundancia material —por lo general, en estos casos, traducida en lujos y otras superfluidades— pero con escasa sensibilidad, poca conciencia y bajos valores morales, es realmente tan infeliz, como una existencia altamente sensible, muy consciente y de elevados valores morales pero en la miseria. En las muchas sociedades en las que, como en México, las cosas suceden al revés de como deben suceder en beneficio del progreso, casi nadie es feliz: ni ricos ni pobres, ni ignorantes mi cultos, ni deshonestos ni honestos. Pero hay una notable diferencia entre la gente muy poco sensible, que es típica de estos lugares, y la gente altamente sensible, que es muy escasa en lugares como este: mientras que ni unos ni otros somos felices, los notablemente más sensibles y conscientes somos incomparablemente más desdichados, debido precisamente, en parte, a esa mucho mayor sensibilidad y mucho mayor consciencia de las injusticias que todo esto implica. Pero además de lo que sucede dentro de la gente, hay otra gran diferencia que es un factor de mucho mayor sufrimiento para la gente sensible y honesta si es al mismo tiempo pobre, como ya antes mencioné: los abusos se dirigen principalmente a nosotros. Hace varios años, en una reunión familiar señalé, respetuosamente pero con franqueza, a mi hermana Norma, quien por entonces era y es de nivel económico alto (posición debida solamente a su matrimonio) una injusticia, consistente en un trato injustamente discriminatorio, que ella llevaba muchos años cometiendo en relación con un hermano pobre, Juan, y aunque al principio trató de disimularlo, se molestó. Varios meses después, muy indignado pero de manera indirecta (aunque claramente deducible) señalé a esa misma hermana una injusticia mucho mayor, que estaba cometiendo contra mí y contra sus hijos; esto la hizo reaccionar de una forma mucho más adversa contra mí, mientras yo estaba padeciendo serios abusos de algunos vecinos con los que ella injustamente se había aliado (pienso hablar después en detalle en cuanto a esto también). Durante estos años, y durante muchos otros años antes de esto, trabajé entre 14 y 16 horas al día, los siete días de la semana, en la investigación científica con el fin de publicar un primer libro lo más pronto posible, y, recientemente, en adquirir otros conocimientos que me permitieran conseguir dinero en algún otro trabajo de manera provisional (diseño Web y diseño gráfico), mientras consigo sostenerme únicamente mediante la publicación de mis libros. Debido a dichos problemas, como antes mencioné, tuve que irme de ese lugar; me trasladé a la ciudad de México, con muy poco dinero, el 3 de marzo de 2005. En los primeros meses de 2005, había comenzado a escribir una carta para denunciar una gran cantidad de graves violaciones a los derechos humanos que están cometiéndose en México, incluyendo una larga serie de injusticias que se han cometido contra mí durante muchos años. En esa carta hice un análisis, breve pero a fondo y con franqueza, de las causas de la corrupción y la deshonestidad, e incluí una breve referencia a mis hermanos y hermanas, especialmente a Norma, como algunos de los ejemplos de conductas muy insensibles, equivocadas e injustas. En mayo de ese mismo año, recibí y leí, en una computadora pública, un email en que una sobrina (Ana Karen Amezcua Patrón), hija de dicha hermana, me avisaba la muerte de mi papá; pero me lo decía haciendo implícita referencia a un email que supuestamente me había enviado antes, sin que yo hubiera recibido de ella en realidad ningún email antes. Quedé perplejo, no podía creer lo que estaba leyendo: mi papá, de 83 años de edad, enfermo de angina de pecho desde hacía más de 10 años y muy delicado de salud (porque además había sido operado algunos meses antes), había sido abandonado por todos mis demás hermanos. Esto me causó coraje y tristeza en grado tal que no lo puedo describir. Y hasta este momento (dos años después), cada vez que recuerdo detalles de la forma en que esto sucedió y la deuda tan grande que teníamos hacia él varios de mis hermanos, especialmente mi hermana Norma y mis hermanos Sergio, César y yo, quienes fuimos sus preferidos y recibimos de él un trato muy especialmente favorable, siento lo mismo y no puedo evitar llorar profundamente afligido, con un dolor que me ahoga. Mi papá, que estaba extremadamente delgado y apenas podía caminar unos pocos pasos y necesitaba cuidado continuo, fue dejado en una casa (su casa, en la calle Constitución No. 1027, en el centro de Mazatlán, Sinaloa), solo, a muchos kilómetros de distancia de las casas donde vivían mis hermanos y hermanas. Estando físicamente tan débil que desde hacía más de cinco años, no podía abrir ni cerrar la puerta de la entrada de la casa, que era muy pesada (demasiado ancha y de madera sólida y estaba caída y por ello había que levantarla para poder moverla). De modo que fue literalmente enterrado vivo allí. Obviamente, esto lo iba a llevar a una muerte segura y rápida, si no por algún accidente inatendido, por suicidio debido a la profunda tristeza que seguramente ello le causó (sé muy bien cómo debió sentirse, porque lo conocí muy bien, lo mismo que cada uno de mis demás hermanos, quienes por ello también sabían sobradamente no tengo la menor duda de esto el extremo riesgo de que ello ocurriera en tal caso). En septiembre de ese mismo año, escribí otra carta, le anexé encriptada la carta antes dicha y la hice llegar a poco más de 25 direcciones de correo electrónico, entre las que estaban una dirección de correo de Norma y direcciones de correo electrónico de personas y oficinas de gobiernos extranjeros. En el mismo email incluí una adivinanza por medio de la cual sólo mi hermana y la mayoría de mis demás hermanos podían deducir, fácilmente, el password de desencripción; pospuse el envío del password a las demás direcciones de correo debido a que esa carta anexa, de más de 70 páginas en esos días, estaba todavía muy incompleta; pero incluí el aviso de que esa carta, sin encripción, o el password, sería enviada próximamente, por mí o por algunos amigos míos, a las mismas direcciones y a otras, para una fecha en la que yo preveía haberla terminado de escribir, o cuando menos haber avanzado suficientemente en ello. En ese tiempo, yo estaba viviendo en un cuarto que rentaba dentro de un departamento, en la ciudad de México. Allí había también, en sendos cuartos, otros dos huéspedes (uno de ellos llamado Alberto; ahora no tengo a la mano más datos de ellos). La persona que me rentaba ese cuarto es un médico, llamado José Raúl Tovar Fernández, quien decía ser subdirector de la sección de medicina interna del Hospital General de la ciudad de México, y vivía en ese mismo departamento, en otra habitación con una hija suya, llamada Erika Denisse Tovar López, de por entonces 16 años de edad, habitación que al mismo tiempo él usaba como consultorio algunas horas de vez en cuando en fines de semana. El médico a su vez rentaba ese departamento de otra persona, que era la dueña del edificio en que estábamos. Durante aproximadamente dos meses estuve ayudando de muchas formas, voluntariamente, al médico a hacerse vegano; él era omnívoro, tenía sobrepeso y, después de escucharme hablar respecto a los beneficios del veganismo en la salud, se propuso hacerse vegano o cuando menos vegetariano aprovechando mi presencia allí y mi disposición a ayudarlo para ello. Sin embargo, esa persona al mismo tiempo cometió muchos abusos, de diversas formas. Por otra parte, en una ocasión lo encontré inyectándose en un brazo, y al darse cuenta de que lo vi se mostró nervioso y preocupado. En otras ocasiones él y varias otras personas, entre ellas una abogada penal que él tenía contratada, llamada Carmen Cardoso, se emborracharon y escandalizaron hasta la mañana del día siguiente, sin permitir dormir. En una de esas ocasiones, su abogada muy ebria abrió la puerta del cuarto donde yo estaba (los huéspedes no teníamos llave del cuarto que cada cual habitaba), como a las tres de la mañana; me levanté de inmediato y evité que entrara al dormitorio colocándome en el umbral. Varios días después, la abogada me buscó y me dijo como disculpa que además se había metido al cuarto de uno de los otros dos huéspedes. Yo le dije que no había problema; previamente ya le había reprochado yo esos hechos al médico. Con una micrograbadora, grabé esas dos conversaciones, y varias otras similares. En varias ocasiones hablé con él, con el fin de hacerle notar lo equivocado e injusto de varios de sus abusos. Cometió contra mí un fraude al rentarme el cuarto, porque en el breve anuncio que puso en el periódico (El Universal) para rentarlo dijo varias mentiras, entre las cuales la que a mí sí me perjudicaba mucho era que en realidad no había conexión a Internet, cuando él, antes de que decidiéramos hacer el trato, me había dicho que sí la había. Yo acababa de comprar una computadora, en la ciudad de México, con la mayor parte de un dinero que Norma me había depositado en una cuenta bancaria que yo tenía, y que era un dinero que la empresa de la que él estaba jubilado entregaba como una ayuda a algún familiar o familiares de cualquier persona que muriera de las que allí trabajaban o allí se habían jubilado. Para mí dicho servicio de Internet era muy importante porque de ello dependían mis ingresos económicos. Una noche de un domingo, cuando llegó como a las 12:00 le hablé de eso (lo había estado esperando para ello, pero no sospechaba que pudiera llegar borracho, porque en otras muchas ocasiones llegaba aproximadamente a esas horas y con su hija; yo nunca lo había buscado a esa hora, pero esa vez lo hice porque ya llevaba yo varios días sin pagarle la renta, y la mañana de ese domingo lo noté molesto conmigo). Tranquilamente y de manera respetuosa, le dije que el cuarto no incluía lo que él había prometido, y que de ese modo yo no podría pagarle la renta cuando menos oportunamente, aunque le hablé también de que había estado en los días previos haciendo solicitudes de empleo y que me habían dicho en una empresa que era muy probable que para el miércoles me contrataran, todo lo cual era cierto. Pero se enojó mucho, me empujó y me golpeó. Yo traté de salir del lugar, pero no pude al principio porque siguió golpeándome y se echó sobre mí (yo pesaba 61 kilos, y él debe haber pesado unos 80 kilos). Minutos después, salieron él y su hija del departamento. El médico, que en varias ocasiones se había jactado de tener "amigos en altos cargos de la PGR" (la Procuraduría General de la República, cuya abundante corrupción y frecuentes y graves abusos de autoridad son muy conocidos, e incluso mencionó entre ellos el nombre del procurador, quien por entonces era Daniel Francisco Cabeza de Vaca; aunque considero muy probable que esas relaciones que mencionó hayan sido mentira, con el solo fin de infundir respeto por temor) hizo una denuncia, y lo mismo su hija, acusándome de robo y tentativa de homicidio, y en sus declaraciones (textualmente casi idénticas entre sí) dijeron en cuanto a mí también una serie de otras muy graves mentiras. Unos 40 minutos después de haber ellos salido del departamento, y mientras yo estaba empacando para irme de ese lugar, regresaron junto con 7 u 8 policías, que me arrestaron inmediatamente, lesionándome a pesar de que no opuse ninguna resistencia. Sólo 3 ó 4 de ellos subieron hasta el departamento, y al verlos me asusté mucho porque iban armados y no llevaban ningún uniforme. Mientras me arrestaban, dije a los policías repetidamente (entre diez y 15 veces) que en el cuarto que yo había estado ocupando había grabaciones de audio y cuando menos un documento (refiriéndome al anuncio que él puso en el periódico) que probaban que en realidad él me había robado a mí, y que si eso no era protegido de algún modo, sería destruido por quien me estaba acusando; sin embargo, todo el tiempo actuaron como si no me escucharan en absoluto. En la Delegación de Policía dos de los agentes, a pesar de mi conducta muy coherente y respetuosa, basándose en la declaración de quienes me acusaron (pero también con perversa intención por parte de ellos mismos, según deduje después al conocer más su conducta) me preguntaron si yo estaba loco. Me tuvieron esposado varias horas en un cuarto, y después me encerraron en una celda, en la que me tuvieron dos días. Durante ese tiempo, me dieron de comer un pan al día y a pesar de que pedí decenas de veces que me permitieran hacer una llamada telefónica, me negaron ese derecho. Enseguida me trasladaron al Reclusorio Norte de la ciudad de México, que es uno de los más violentos de esa ciudad, y seguramente del mundo entero, pues es difícil imaginar un lugar más violento y peligroso que ese. Estando allí no podía hacer ninguna llamada local porque no tenía dinero. Para poder comprar una tarjeta telefónica, cuyo precio mínimo era de $30.00 pesos (USD$3.30, en 2007, aproximadamente), comencé a lavar ropa de otros presos; me pagaban $1.00 peso (USD$0.11) por prenda; había mucha oferta de ese servicio y muy poca demanda, así que obtenía en promedio $3.00 pesos (USD$0.33) al día. Sin dinero, sólo tenía la opción de hacer llamadas de larga distancia, por cobrar. Mientras reunía USD$3.30, le hablé por teléfono dos o tres veces a mi hermana Norma, y platicamos muy brevemente: le expliqué lo sucedido y le expresé mi preocupación por el hecho de que en el cuarto que había estado rentando habían quedado mis pertenencias: una maleta, principalmente, con mis manuscritos de más de 10 años de intensa investigación científica, una computadora y muchas otras pequeñas cosas. Sin embargo, ella no sólo se negó a ayudarme, sino que aprovechó la oportunidad para burlarse de mí como nunca lo había hecho en nuestra vida adulta (cuando yo era niño y ella adolescente lo hacía casi a diario), diciéndome varias veces, con sorna y con desprecio, que yo era un tonto. Le dije entonces que no volvería a llamarle. Varios días después un juez, Miguel Ángel Ramos Roldán, me dictó auto de formal prisión, en el juzgado séptimo penal del D. F. A los pocos días, un estafeta (como se llama allí a los presos que trabajan como mensajeros) me llamó y me dijo "tienes una visita de tu abogada"; esto, por supuesto, me extrañó, pues yo no he tenido ninguna abogada. Me condujeron a la sección de visitas para abogados y encontré que el visitante en realidad era la abogada, Carmen Cardoso, de quienes me estaban acusando. Fingiendo estar preocupada por mí, me preguntó qué había sucedido y qué pensaba hacer para defenderme. Enseguida, tratando de intimidarme, me dijo que "Raúl" (su cliente y amigo) estaba "perfeccionando" (esa fue la palabra que usó) su denuncia, planeando añadir otros cargos muy graves, con el fin de que yo nunca saliera de la cárcel. Mencionó concretamente varias de las falsas y graves acusaciones que el médico hizo contra mí en su declaración (la cual yo no conocía aún) y parte de lo que él pensaba hacer contra mí en los días siguientes. Unos pocos minutos después de que se fue dicha abogada, me avisaron que en la sección de visitas estaba esperándome otra persona, y acudí enseguida; era el abogado de oficio, Mario Heriberto Gutiérrez Blancas, que estaba llevando mi caso. Platicamos algunos minutos, en los que me preguntó quién era la persona que acababa de visitarme, pues él la había visto; cuando le dije que era la abogada de la parte acusadora, sólo me dijo "ella no tiene por qué visitarte". Es "curioso" que durante el tiempo que estuve en la cárcel, mi defensor de oficio sólo me visitó una vez y la abogada de quienes me acusaban me visitó tres veces; la segunda de estas visitas fue con el mismo objetivo que la primera, y la tercera fue poco tiempo después de la sentencia, y tenía obviamente la finalidad de saber si yo pensaba hacer algo contra el médico si salía de la cárcel, para poder decidir si apelar o no la sentencia con más falsas y graves acusaciones, y retenerme en la cárcel más tiempo en caso de notar en mí algún resentimiento. La cantidad de injusticias que se cometen dentro de ese reclusorio es tan grande y tan diversa (lo cual es típico de los reclusorios en este país), que es imposible relatarlas brevemente todas. Por diversas razones me urge publicar estas páginas. Actualmente estoy en una situación en la que está en muy grave riesgo mi vida y que en el aspecto económico es extremadamente apurada. Así que por hoy voy a hablar solamente respecto a una parte de lo que sufrí y vi dentro de ese lugar. Entre las muchas injusticias a primera vista poco graves que allí se cometen, y que en realidad son en extremo graves por sus consecuencias, están las siguientes: * No hay platos, vasos ni cubiertos para comer, y quienes no teníamos dinero o visitas para conseguir esos utensilios, teníamos que buscar entre la basura botellas de plástico usadas y cortarlas tallándolas contra el pavimento, para en ellos recibir un poco de comida, que es muy sucia y muy nociva para la salud. * Uno de los muchos círculos viciosos que hay es el siguiente: además de que allí la cantidad total de comida es realmente insuficiente para los miles de presos en ese lugar, quienes se encargan de repartirla venden gran parte de esa comida a una minoría de presos que pueden pagarla; la comida que se reparte sin cobrar es entonces aún más reducida: en parte con el fin de generar con ello en los internos una mayor necesidad de comprar comida (y hacer así más lucrativo ese negocio), y en parte a consecuencia de la venta de esa gran parte de escasa comida. Además, algunos de los presos que estuvieron trabajado dentro de la cocina, me platicaron que allí todos los empleados roban diariamente grandes cantidades de comida (como, por ejemplo, quesos y productos enlatados) y la venden entre otros presos y entre las visitas de los internos. * El hacinamiento es asombroso. Durante el tiempo que estuve preso estuve en seis celdas, y en todas ellas había un muy grave hacinamiento. Por ejemplo, en la última celda en que estuve todos los que "dormíamos" en el piso, teníamos que permanecer de lado y sin movernos (boca arriba no cabíamos); varios otros reclusos dormían sobre improvisadas hamacas que cruzaban (diagonalmente) y casi llenaban el poco espacio que quedaba entre las literas; y un preso más sobre la tasa del baño dormitaba intermitentemente, entre las dificultosas visitas a orinar que otros hacían con frecuencia durante la noche, como topos a través de una masa de gente. * Durante un día completo, en la sección Ingreso, los custodios nos tuvieron a todos los presos sin poder salir más allá del pasillo que hay fuera de las celdas (ubicadas en el segundo y tercer piso), sin decirnos una razón para ello. Muchos de los reclusos nos preguntábamos por qué, y varios de los estafetas, que no tenían esa prohibición y habían salido de los pasillos varias veces, nos dijeron que nos tenían encerrados debido a que "abajo andan los de Derechos Humanos". * Aunque esto es ilegal y además es por supuesto muy injusto, los custodios cobran a las personas del exterior de la cárcel por entrar a la sección de visitas del reclusorio; y como si se tratara de una agencia aduanal, les cobran además por las cosas que llevan a los reclusos. * Los custodios permiten la entrada y la venta de drogas en el reclusorio, haciendo también de ello un negocio para ellos y para muchos reclusos que comercian de ese modo; además incrementando allí con ello el número de drogadictos y agravando, y haciendo más grave de lo que ya es en muchos casos, la drogadicción de quienes ya son víctimas de ese mal. Esto a su vez aumenta en gran medida la delincuencia y la violencia, y la extrema injusticia, entre los reclusos, y en el exterior de las cárceles: al mismo tiempo y posteriormente a la salida de muchos presos allí enviciados y maleados o con vicios y maldad allí agravados o más agravados de lo que ya estaban. Quienes no consumimos ninguna droga, estábamos a diario expuestos al humo de diversas drogas, incluso estando en la sección de enfermería (el Servicio Médico), y a muy frecuentes y fuertes presiones por parte de otros presos para que también nos drogáramos, sobre todo por parte de los que vendían las drogas, a fin de hacer más lucrativo para ellos ese negocio. * Aunque esto es también muy injusto y además seguramente tampoco es legal, los custodios cobran a los reclusos por casi cualquier cosa: cobran a quienes quieran quedar eximidos de hacer la limpieza; así que los que hacíamos el aseo, quienes limpiábamos el excremento de todos los demás presos, éramos siempre quienes no teníamos dinero para pagar. * Cobran a los reclusos por dejar pasar al lugar donde están los teléfonos públicos (además de lo que hay que pagar, a la compañía telefónica, para usar estos teléfonos, mediante mucho trabajo si no se recibe ayuda económica de nadie). * Cobran también, en muchos casos, los custodios a los presos por dejarlos pasar a un lugar en que hay una pequeña tienda de abarrotes, en la que además las cosas son entre 3 y 5 veces más caras que fuera del reclusorio. * Aunque quienes han sido condenados pueden aspirar a trabajar para el gobierno dentro de la cárcel; allí los sueldos son tan bajos en comparación con los sueldos del exterior de la cárcel (los cuales de por sí son también muy bajos), que pueden considerarse como algo simbólico; pero además de esto, cobran a los presos por tener uno de esos empleos. * Los custodios roban a los presos cualquier dinero u objeto de valor que traigan cuando son revisados al pasar de un lugar a otro dentro del reclusorio. Además de los múltiples robos que cometen unos presos a otros en cualquier lugar del reclusorio. * Los custodios cobran a los reclusos por tener electricidad en las celdas, y si éstos no pueden pagar por ello les cortan el suministro. * Cobran a los presos por casi cualquier cosa que éstos quieran hacer y por casi cualquier cosa que quieran dejar de hacer (por cualquier obligación que deseen dejar de tener), e incluso les cobran aunque no hagan nada y no dejen de hacer nada: les cobran sencillamente por estar allí: los custodios cobran renta por cada celda (como si estuviéramos en un hotel y ellos fueran los dueños) mientras, por supuesto, nadie puede pasar la noche fuera de una celda; así que para todos es obligatorio pagar por ello. En la sección Ingreso a los reclusos que no tienen dinero, o no tienen el suficiente, para pagar esa renta, los custodios los sacan de las celdas en la madrugada y cierran esas celdas con seguro; no vuelven a abrirlas ni a permitir la entrada allí sino hasta en la noche, cuando llega la hora de dormir; y por diversas causas materiales, fisiológicas y psicológicas dormir es imposible para muchos de los reclusos. Lo que hace más grave esta injusticia, es que en la sección COC, Centro de Observación y Clasificación, y muy probablemente también en la sección Población, golpean a cualquier recluso que no tenga dinero para pagar esa "renta", de $5.00 pesos por día por recluso. En una ocasión en que no conseguí suficiente dinero para pagarla, el custodio en turno, alto y muy robusto, me dio en un muslo un rodillazo tan fuerte, que tuve esa pierna muy adolorida durante unos cinco días. En la sección de Ingreso, los custodios al pasar lista (tres veces al día) castigan con un fuerte golpe en la cara a cualquier preso que se equivoque, titubee o se tarde unos segundos al contestar. En la sección COC, la crueldad y la violencia son considerablemente mayores que en Ingreso, debido en parte a que allí es mayor la peligrosidad de muchos de los presos, y debido también a que allí los custodios son más violentos e injustos contra los reclusos. Allí, los custodios normalmente en lugar de procurar que no haya agresiones entre los presos, promueven golpizas de muchos presos a uno solo, y las dejan pasar cuando ocurren sin su promoción. Por ejemplo, al pasar lista (tres veces al día) si un preso se equivoca, se demora unos segundos o titubea al contestar, el custodio lo envía por entre dos largas filas de presos que saben que deben golpear a patadas y puñetazos a ese preso. Estas golpizas se dan a muchos presos cada día. Presencié cuando un muchacho que llegó a COC acusado de matar a su mamá fue perseguido en el patio por entre treinta y cuarenta presos, y la puerta que conducía al interior fue en esos momentos deliberadamente cerrada por los custodios de tal modo que no consiguió escapar; decenas de presos lo golpearon furiosamente incluso durante un rato más mientras estaba ya en el suelo. Cuando llegan allí personas acusadas de delitos tan graves como asesinar a su mamá o violación, por lo general muchos de los demás presos pronto se enteran, por el periódico o la televisión, o porque algunos custodios lo difunden malintencionadamente. Pero incluso sucede que a algunos reclusos, con afán de perjudicarlos, otros presos o custodios les crean fama de estar acusados de delitos más graves que los que en realidad les están imputando. En cualquiera de estos casos, la mayoría (presos y custodios) de quienes oyen eso, lo toman como cierto. Y el trato para esas personas por lo general consiste en linchamientos a golpes y en violaciones, respectivamente, en los menos crueles de los casos. Todo esto ocurre a pesar de que quienes sí están acusados de ello, en la mayoría de los casos todavía no son juzgados; y pese a que muchos de los juicios dan como culpables a personas inocentes; y a pesar de que ningún ser humano, culpable o inocente, debería ser tratada de esas maneras. A más de cincuenta personas que fuimos encarceladas aproximadamente el mismo día, como veinte días después nos trasladaron de Ingreso a COC, de madrugada. Fuimos distribuidos en diversas celdas. A un muchacho de unos 20 años de edad (con el que tuve muy pocas oportunidades de platicar mientras estuvimos en Ingreso) y a mí, nos metieron en una celda con capacidad para 6 personas en la que había unos quince internos, que al oírnos llegar se levantaron y encendieron una tenue luz. Nos hicieron algunas preguntas, enfocadas principalmente a saber si teníamos dinero y por qué estábamos en la cárcel. El otro recién llegado, dijo que algunos de sus parientes lo visitaban con frecuencia y recibía algo de dinero, con el que podría cooperar para la comida en la celda, y dijo estar allí por haber amenazado a varios policías con una pistola calibre 45; yo dije que podía cooperar haciendo la limpieza de la celda y que estaba allí acusado falsamente de robo. Enseguida nos dijeron que iban a darnos la bienvenida, que eligiéramos entre bailar desnudos o recibir una golpiza de todos. Nosotros les rogamos que no nos hicieran nada de eso. Sin embargo, enseguida me echaron una cobija encima y comenzaron a golpearme con furia a puñetazos y patadas. A continuación, hicieron lo mismo con el muchacho. En esa celda había dos jefes (a cada uno de los cuales allí se le llama "mamá); uno de ellos de aproximadamente 40 años de edad, alto y robusto, y el otro (segundo en jerarquía) de unos 25 años de edad, obeso (de unos 100 kilos de peso) y robusto, al cual apodaban "Gordo". Quienes acabábamos de llegar, teníamos instrucciones (por parte de los demás presos de la celda) de hacer la limpieza y no andar "de bala" (como allí llaman a andar vagando por otros lugares fuera de la celda). Al día siguiente, en la mañana, uno de los presos de esa celda de repente se arrojó sobre otro, y comenzaron a luchar violentamente; se detuvieron como 8 minutos después, cuando el atacante lo decidió. Después, en el pasillo platiqué unos minutos con el muchacho, de unos 25 años de edad, que había sido atacado, a quien apodaban "Calamar"; me habló de sus creencias religiosas y de algunos de los riesgos dentro de esa celda, entre los que incluyó que era muy probable que algunos de los otros presos me obligaran a pelear con otro, y que posiblemente sería contra él. En la tarde me llamaron del juzgado, el cual se encuentra dentro del reclusorio, y acudí enseguida. Allí, la persona que mandó llamarme me dijo que yo tenía que firmar la declaración que yo había hecho en la Delegación de Policía; esto, a pesar de que ya la había firmado antes. Comenzó a leer en voz alta y rápidamente el documento que ella esperaba que yo firmara. Sorprendido e indignado me di cuenta de que no era precisamente mi declaración, pues contenía varias modificaciones que yo no hice y que la hacían adversa a mí. Cuando leyó cada una de las partes que fueron modificadas, le dije de inmediato que eso no era lo que yo había dicho, y, en cada una de esas objeciones, ella sin dar importancia me dijo rápidamente que eso era lo que le habían pasado a ella, e inmediatamente continuó leyendo. Enseguida, me pasó una hoja casi completamente en blanco y me pidió que la firmara. Le dije que no podía firmar porque esa no era mi declaración, sino con modificaciones que, además, la hacían adversa a mí. Molesta, me dijo que podían declararme en rebeldía. No firmé. Enseguida me pasó otra hoja, también casi del todo en blanco, y me pidió que allí firmara otros documentos relacionados con mi proceso, al tiempo que señaló un bloque de unas 80 hojas escritas a máquina que tenía en su escritorio, a aproximadamente un metro y medio de distancia de donde yo estaba, con rejas de por medio. Le dije que necesitaba leer los documentos antes de decidir si los firmaba. Con toda naturalidad, me contestó que no podía pasarme esos documentos porque no estaba permitido hacerlo, pues "son los únicos que tenemos y no podemos arriesgarnos a perderlos", dijo. "Necesito leerlos aquí", le dije extrañado. Pero insistió en que eso no era posible. Pedí hablar con el abogado de oficio que llevaba mi caso, y cuando llegó le expuse el problema. Él le pidió que me dejara leer los documentos; pero ella continuó negándose. Enseguida se fue el abogado. Entonces pedí hablar con el juez; cuando llegó y le hablé al respecto, se quedó callado y pensativo durante unos cinco segundos mientras miraba fijamente hacia el conjunto de esos documentos, y con gesto dudoso ordenó que me los pasaran a través de la reja para leerlos. Después de leer los encabezados de esos documentos y algunas partes del cuerpo del texto, me pasó la hoja antedicha y vi que uno de los apellidos del nombre que se me atribuía en esa hoja no era el mío, a pesar de que yo siempre dije mi nombre correctamente y con claridad e incluso la policía se había quedado con mi credencial de identificación, donde estaba escrito correctamente. Puesto que varios días antes un preso platicó que había tenido un problema legal por haber dado un nombre falso respecto a sí, señalé a quien me pasó las hojas ese error en el documento y le dije que no podía firmarlo así. Se mostró impaciente; corrigió la hoja en cuanto a ese error, volvió a imprimirla y me la pasó. Entonces firmé, sin saber en realidad qué era exactamente lo que estaba firmando, porque tenía yo una presión de tiempo, de la cual hablaré más abajo, por la que tenía que regresar lo más pronto posible adentro de la celda. Tengo copias fotostáticas (no sé si completas) del expediente de mi proceso; copias de esos documentos fueron entregadas por el juzgado a algunos de mis parientes al salir yo del reclusorio, en pésimas condiciones de salud. Al leer esos documentos cuando pude, es decir, ya estando fuera del reclusorio, me di cuenta de otras muchas injusticias que fueron cometidas contra mí en el Ministerio Público; de formas asombrosamente descaradas y despreciativas de la justicia, puesto que se hacen evidentes en los mismos documentos; es decir, la impunidad es tan grande, que esas personas pueden darse el lujo de cometer serias injusticias dejando plenas pruebas de ellas. Incluso en los documentos de mi declaración, mecanografiada por un agente del Ministerio Público mientras yo la dictaba, hubo modificaciones e incongruencias que podían ser atribuidas a descuidos del agente que estaba escribiendo, aunque era demasiada casualidad que esos "descuidos" eran en todos los casos adversos para mí; me di cuenta de una parte de ello antes de firmar y decidí firmar, por dos causas: estaba completamente indefenso y con temor; junto a mí había un abogado de oficio que acababa de serme asignado, pero cuando le pedí que no me llevaran a un reclusorio, sencillamente me respondió que eso dependía del agente del Ministerio Público, señalando con la cabeza a quien estaba escribiendo mi declaración, de nombre Juan Araoz Martínez; el cual estaba mostrando una impaciencia que, a diferencia de la insensible e incomprensiva actitud de la mujer del juzgado, era además de insensible claramente altanera y mostraba cierta satisfacción por lo humillante de mi condición. Eso me hizo sentir que yo estaba forzado a procurar al máximo no "molestarlo" o incomodarlo, pues mi temor a estar dentro de un reclusorio era muy grande, y muy razonable a juzgar por lo que sufrí ya estando dentro. La otra causa de que decidiera firmar sin siquiera haber señalado los prejuicios en mi contra allí plasmados, es que a pesar de las innumerables injusticias que he padecido en toda mi vida dentro de este país, muchas de ellas tan graves que son sin duda inimaginables para la gran mayoría de la gente, y a pesar de mi plena conciencia de la extrema corrupción e insensibilidad que predomina aquí, confié demasiado, o desconfié demasiado poco, en esas personas. En parte motivado precisamente por dicho temor fundado e indefensión. A pesar de todo, nunca imaginé que la corrupción y los abusos fueran a llegar hasta esos extremos. Y si lo hubiera imaginado, si hubiera desconfiado suficientemente, no habría conseguido más que sentirme más desdichado en esos momentos, consciente de que tampoco en ese caso podía decidir rebelarme contra ello sin recibir más daño aún. Otros documentos que escribió ese agente del Ministerio Público y que no estaban destinados a ser firmados por mí, pero que he podido leer, con mucha tristeza y desesperación, después de salir de la cárcel, están completamente transformados en mi contra, y no hay ya ninguna posible sospecha de casualidad, sino solo una muy evidente prueba de extrema vileza suya. Además, en esos documentos se incluyeron cosas, todas ellas denigrantes y adversas a mí, que allí falsamente me atribuyen haber dicho yo en cuanto a mí mismo, unas como respuestas a preguntas que allí me hicieron y otras incluso como respuestas a preguntas que nunca me hicieron, incluyendo un vulgar y ridículo apodo, que yo jamás había escuchado o leído; cosas que por supuesto iban a perjudicarme en el proceso. Durante todo el tiempo que estuve en la cárcel, nunca nadie (ni el juzgado, ni mi abogado) me mostró dos declaraciones que fueron hechas contra mí por dos agentes de policía que dicen ser quienes me arrestaron. Durante todo ese tiempo, ni siquiera llegué a saber que existían esas declaraciones. Después de que salí del reclusorio, cuando tuve las antedichas copias del expediente, supe de la existencia de esas declaraciones y pude leerlas por primera vez. Entonces me di cuenta de otra enorme cantidad de mentiras e injusticias que se cometieron contra mí durante el proceso, no solo por parte del médico que me defraudó y su hija, y por parte del agente que escribió y reredactó mi declaración, sino también por parte de los policías que hicieron las mencionadas declaraciones, e incluso por parte de otro u otros miembros del personal de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal. Las declaraciones de esos dos policías no sólo son falsas y muy perjudiciales para mí, sino que son textualmente casi idénticas entre sí, como si los dos se hubieran basado en un mismo "machote" (como aquí en Mazatlán se les llama a las formas prellenadas para usar como modelos e los procesos administrativos, como, por ejemplo, en los bancos), y en las cuales cambiaron sólo alguna que otra palabra para disimular un poco la falsedad con que estaban procediendo. Además, según la sentencia del juez, que consta en el expediente, esas dos declaraciones reforzaron las acusaciones (sin pruebas y sin testigos) de José Raúl Tovar y su hija Erika Denisse Tovar; en ese sentido contribuyeron a que yo fuera declarado culpable. Como si esto fuera poco, en el expediente dice que yo pedí no carearme con los policías que declararon contra mí; y por supuesto yo nunca pedí no carearme con ellos, pues ¡yo ni siquiera sabía que algún policía hubiera declarado contra mí! ¡Y ni siquiera lo sospeché nunca, porque nunca hice nada por lo que ellos, o alguna otra persona, pudieran acusarme de algún delito! Así de fácil es meter a la cárcel y condenar a cualquier persona que no tenga recursos para defenderse, en este país. (Por supuesto que si se me hubiera informado acerca de la existencia de esas declaraciones y verdaderamente se me hubiera dado la oportunidad de elegir hacer un careo con esos policías, éstos frente a mí habrían reiterado sus mentiras, con el mismo descaro con que en su oportunidad lo hicieron el médico y su hija —aunque nunca me miraron a los ojos durante esos minutos, pese a estar frente a frente y a un metro de distancia, rejas de por medio—, y yo no habría podido hacer tampoco en ese caso nada en mi favor. La mentira de que yo me negué a hacer un careo con los policías, no tenía solamente la finalidad de evitar que se me declarara inocente, sino que además tenía por objeto hacer más cómodo para esos policías el delito que cometieron por falsedad de declaraciones.) Lo más absurdo de todo esto, y de millones de otras injusticias que se cometen aquí, es que en este país toda persona acusada es culpable mientras no se demuestre su inocencia. Así que toda persona que no tenga recursos para defenderse (para demostrar su inocencia), y por lo visto este es el caso de quienes sólo tienen abogado de oficio cuando la parte acusadora tiene más recursos, puede ser encarcelada por cualquier falsa acusación que se le haga. Además de las injusticias y delitos cometidos por la persona que me defraudó y que después con su hija me acusó falsamente, y por los policías que me arrestaron con violencia y declararon falsamente contra mí, y por personal de la Agencia del Ministerio Público, personal de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal está cometiendo otra injusticia e ilegalidad también muy grave contra mí, y que está perjudicándome mucho e incluso poniendo en serio riesgo mi vida: inmediatamente después de que se me arrestó, y mucho antes de que el juez diera su "veredicto", en el sitio Web de dicha secretaría del Distrito Federal se publicó una noticia en cuanto a mí, con mi nombre completo (esa vez sí correctamente escrito), diciendo que se trataba de alguien de Mazatlán y mencionando mi edad, a la vez que señalándome como culpable de cada delito del que falsamente se me acusaba, y como si eso fuera poco, diciendo que yo estaba drogado y había amenazado a los agentes de policía con un cuchillo al ser arrestado. Todo eso, sin que el médico que me revisó en la Delegación se me acercara a menos de tres metros de distancia en ningún momento, y sin que por supuesto se me hiciera ningún análisis químico ni de ningún otro tipo. Y si ello se hubiera hecho en el caso de las dos partes, se habría constatado que no solo yo no había consumido ninguna droga (cuando menos en mucho tiempo, aunque no lo he hecho nunca) y que el José Raúl Tovar Fernández sí estaba ebrio en esos momentos. Lo que sí sucedió, además, fue que cuando el médico desde la lejanía de su escritorio, frente al que estaba sentado, me vio de espaldas sin camisa, siseó muy notoriamente, sin que en ese momento yo supiera por qué. Aunque después al estarme bañando dentro del reclusorio uno de los internos me dijo que yo tenía una herida en la espalda, lo que era una prueba de que yo había tratado de huir y había sido agredido por la espalda. Y menciono esto principalmente porque aunque en mi expediente no dice que el médico haya dicho que yo estaba drogado (eso fue sólo invención de alguna otra parte de esa Delegación), tampoco mencionó que yo haya tenido una herida en la espalda. Ya estando dentro del reclusorio, después me di cuenta de que mi camisa tenía en el pecho pintada la huella de un zapato, que seguramente fue por una patada que, a juzgar por el tamaño del zapato, debe haberme dado el médico cuando estaba yo en el suelo. Esta otra injusticia de esa forma de publicación está siendo también cometida dejando clara e inequívoca constancia de sí misma en varios documentos expedidos por esas mismas autoridades, documentos que se contradicen y discrepan entre sí. El hecho de que esta injusticia se esté cometido de una forma tan descuidada y tan descarada como para ser tan fácil de probar mediante dichos documentos, hace evidente, en primer lugar, dos cosas: el desprecio que esas autoridades tienen hacia la justicia, la honestidad, los derechos humanos; y el menosprecio que esas autoridades muestran hacia cualquier intento de hacer justicia por parte de sus víctimas. Esto a su vez evidencia otra cosa: la costumbre que tienen esas personas de cometer esas injusticias, esos delitos, esas violaciones a los derechos humanos; actúan con la naturalidad y la tranquilidad que les dan la conciencia y la sensación de que no van a ser castigados, sencillamente porque son ellos mismos la autoridad que se encarga de hacer los castigos. Evidencia una sensación de omnipotencia e irrestricta impunidad en ellos; las cuales son representativas de lo que sucede en casi cualquier otro lugar de este país; las excepciones las constituyen lugares en México en los que con toda cotidianeidad se cometen peores atrocidades.
|
<< Anterior |
Comentarios
Publicar un comentario